No está nada claro que el zaragozano Álex Ortega acertase con un nombre artístico reconocible y representativo cuando decidió bautizarse como Calavera. Lo cierto es que detrás de esta denominación surge uno de los más suculentos caramelos del pop español que nos ofrece esta temporada. Ocho canciones son suficientes para establecer las credenciales de uno de los más grandes orfebres de la escena peninsular, un hombre barbado que atesora grandes dosis de sensibilidad y preciosismo bajo un manto de sintetizadores de la vieja escuela.

 

Hubo un antecedente en 2017, Exposición, que pasó de puntillas, demasiado desapercibido. Muchos se habrán acercado ahora a Ortega gracias a la excepcional Ámbar, una historia de nostalgias y quebrantos sentimentales que cuenta con la aportación de Eva Amaral y que parece, de hecho, una grandísima canción de Eva y Juan. Sucede mucho a lo largo de todo el disco: se intuyen influencias clásicas, vagamente reconocibles y siempre guiadas por la excelencia del pop de toda la vida salpicado por algunas gotitas de psicodelia y una obstinada búsqueda del bienestar interior.

 

Sucede ya con Sayonara, el tema inaugural, que se anota todos los méritos que Lori Meyers anhelan y se quedan muy lejos de conseguir. Pop melódico, pop prístino: escuchémoslo en otro corte excelente, Secretos, en el que la voz lánguida y evocadora de Álex asciende a la franja más aguda para acentuar su perfil de hombre sentimental.

 

Ha logrado Ortega un rotundo consenso entre grandes nombres del pop español, con cálidos elogios, entre otros, de Víctor Cabezuelo (Rufus T. Firefly). Pero la accesibilidad de Calavera augura la conquista de públicos amplios y no restringidos a los típicos conocedores. La conjugación de ritmos medios, guitarras arpegiadas y generosos mantos de sintetizador (Malas hierbas), las crónicas de soledad más o menos acongojada (En una isla) y hasta la hábil utilización del autotune para la extensa y flotante Espiral, en códigos muy alejados de la ramplonería reguetonera, auguran una acogida espléndida. Porque este no es ningún espejismo, sino un disco realmente grande.

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