Después de haber sido la banda británica más grande de los noventa (y que nos perdonen los Gallagher), Blur lleva dos décadas operando como una entidad guadianesca, como si Damon Albarn, Graham Coxon, Dave Rowntree y Alex James prefiriesen dosificar su tiempo juntos para que las risas, el colegueo y las buenas vibraciones prevalezcan sobre las reticencias de la edad adulta. Y eso nos priva de grandes emociones, de acuerdo, pero hemos aprendido a saborear con denuedo esos caramelitos que nos endulzan cada década, el intrigante The magic whip (2015) y ese fantástico The ballad of Darren que nos alegró el verano de 2023. Y fue precisamente entonces cuando el laureado cuarteto abordó esas dos noches consecutivas en el estadio de Wembley, las actuaciones más multitudinarias en más de tres décadas de actividad. Y que les quiten lo bailao, evidentemente.

 

La relevancia de un episodio tan imponente hacía casi inevitable su materialización en el consabido doble elepé en directo, que dentro de poco vendrá acompañado, además, por una versión como documental algo más que apetecible. Pero al entusiasmo que nos producen materiales tan jugosos hay que formularle el matiz de que este Live at Wembley Stadium no proporciona demasiadas novedades respecto a sus hermanos mayores en vivo, esos All the people: Live in Hyde Park y Parklive que nos trasladan a fechas no muy lejanas, 2009 y 2012, admitiendo que aquel Live at Budokan de 1996, concebido en origen como una rareza para el mercado japonés, sí que nos queda ya mucho más a trasmano.

 

Cualquiera que haya tenido la fortuna de ver a los cuatro Blur sobre un escenario sabe que han sido y siguen siendo una fabulosa máquina de sudor, y esta visita por el templo balompédico londinense lo refrenda de principio a fin. Sobre todo con su arranque ardoroso, esa concatenación de la novísima St Charles square y las muy clásicas There’s no other way, Popscene y Tracy jacks que deja casi sin aliento antes incluso de que el personal haya podido encontrar su localidad en las gradas. Pero el interés, ya decimos, viene más por el valor de un testimonio sonoro histórico que por lo novedoso del menú. Con independencia de que nunca le estaremos lo bastante agradecidos a Albarn y compañía por rescatar sobre las tablas la bellísima Under the westway, uno de los dos singles aislados de nuevo cuño con los que el cuarteto quiso celebrar en 2012 su mastodóntica caja Blur 21.

 

Ante un currículo tan colosal, Blur se ve en la tesitura de limitar al mínimo el nuevo repertorio, por mucho que a la excelente The narcissist se le conceda un destacadísimo penúltimo lugar en el menú, justo antes de la despedida con The universal. Ese narcisista suena más desastrado y chuleta en directo, así que la comparación con la versión registrada en el álbum del año pasado da bastante juego (en estudio no tiene tanto descaro, pero resulta bastante más precisa).

 

Por lo demás, la discografía de estos ya ilustres maduritos es tan superlativa que permite casi cualquier inclusión inesperada, como en este caso sucede al rescatar la turbia Oily water (de Modern life is rubbish, aquel segundo LP, fechado en 1993). Y, no nos engañemos, dos horas y cuarto en compañía de una banda por lo general soberbia y, a día de hoy, en estado de gracia siempre es un gustazo. Aunque nos conozcamos de antemano una gran parte de guion. Albarn puede hacer lo que le plazca, como incidir en sus irregulares trabajos con Gorillaz o ampliar su preciosa e introspectiva discografía en solitario. Pero sabe, aún mejor que nosotros, que nunca llegará tan alto como con sus viejos amigos de Wembley.

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