Ha conseguido Joel Sarakula hacerse un hueco de tamaño creciente en el plácido territorio del disco-soul con raíces evidentes en la música para adultos de los años setenta, una sabrosa debilidad vintage que por toda Europa va cobrándose nuevos adeptos con ritmo prudente pero tenaz. Y las conexiones afectivas con España, un territorio donde siempre se le ha acogido con abierta simpatía, se multiplican ahora exponencialmente cuando descubrimos que la isla del título no es otra que Gran Canaria, a la que llegó puntualmente para ofrecer un concierto en el auditorio Alfredo Kraus en noviembre de 2020 y que, por uno de esos súbitos giros de guion con que nos sorprende tantas veces la vida, se ha acabado en su nuevo lugar de residencia.

 

La euforia del flechazo con el inesperado nuevo hogar acentúa el espíritu escapista, evasivo y juguetón que late en la música de Sarakula, un australiano hasta hace poco afincado en Londres que ha imprimido un giro copernicano en sus rutinas cotidianas. Island time es un canto contagioso e indisimulado al carpe diem y la felicidad en primera línea de costa, una maniobra de desconexión de la realidad y disfrute indisimulado en abierto contraste con las zozobras y horrores de la pandemia, frente a la que se postula como evidente antídoto personal.

 

Joel siempre practicó esa música luminosa, vitalista y añeja (pero atemporal) que le emparienta con otros favoritos en ascenso entre la afición española, en particular Mamas Gun, su formulación paralela de Young Gun Silver Fox o Myles Sanko. Todo ese gusto por el yacht soul se exacerba ahora con los bajos octavados de Sun goes down, el hedonismo radiante de Work for love, el funk livianísimo de Give it up for nature o ese medio tiempo impoluto de la impecable Tragic, la elegantísima pieza que sirvió como primer adelanto. Y todo ello hasta llegar al tenue balanceo reggae que subyace en Island time, el tema titular, un decidido y orgulloso hoy-no-estoy-para-nadie con el que entran muchísimas ganas de activar el Modo avión en el móvil (y en las neuronas) y desconectarnos un buen rato de todas nuestras alertas reales o figuradas. Ya sabemos que los problemas no se resuelven por ciencia infusa, pero este Island time sirve como banda sonora inmejorable para apearnos del mundo durante 36 amenísimos minutos.

 

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