No, seguramente no exista ningún disco lo suficientemente bueno como para justificar una espera de 13 años. La vita nuova quizá no sirva de excepción a la regla, pero, dejando al margen la cuestión de su inmensa demora, es una obra descomunal. Tanto como para que sus 65 minutos requieran de varias escuchas, incluso muchas, a fin de extraer de ellos todo el jugo que contienen. Y, avisamos, es muy abundante.

 

Nada permanece donde solía en el caso de la californiana, en tiempos al frente de los influyentes Lone Justice (pioneros sabrosísimos en eso que ahora llamamos americana) y responsable de una sustanciosa trayectoria en solitario que se truncó abruptamente tras Late December, en 2007. Cualquier parecido entre aquel disco y el que ahora nos ocupa es remoto, más allá del timbre vocal. No es que La vita nuova incluya un cero por ciento de country y rock de raíz; es que más bien parece una ópera o una suite para su disfrute en un teatro de postín. Con amplia sección de cuerdas, que Maria ha compuesto y arreglado personalmente… con la peculiaridad de que no sabe escribir una sola nota en un pentagrama.

 

El referente ya no es, digamos, Linda Rondstadt. La sombra de Kate Bush planea durante buena parte de la obra, con escala intermedia en Joni Mitchell para una de las piezas atípicas por su desnudez, I should have looked away. Pero los agudos, el dramatismo, la teatralidad remiten a Bush, igual que las cuerdas traen a la memoria a Scott Walker, incluso a Bowie. ¿Muy londinense? ¡Bingo! No por casualidad, resulta que nuestra protagonista se ha mudado de la Costa Oeste a la brumosa capital británica.

 

Después de una década larga con el pulso musical aletargado, Maria reaccionó a un impulso íntimo, profundo, visceral. Cuenta que el extenso repertorio de La vita nuova se plasmó en sus cuadernos de notas en menos de seis meses. No solo las 14 canciones que hoy conocemos, sino las cerca de 40 que llegó a componer. Aunque las 26 restantes fueran solo la mitad de buenas que estas, merecerían ver la luz.

 

El disco toma su título prestado de la primera obra conocida de Dante Alighieri, sobre la pérdida de Beatriz, el primer gran amor del autor de la Divina comedia. McKee aprovecha para erigir un tratado sobre el deseo, más teniendo en cuenta que en los últimos años ha descubierto su identidad queer o, en sus propias palabras, “pansexual, poliamorosa, fluida en términos de género”. Ha comprendido que la relación con su marido, el director cinematográfico Jim Akin, era “platónica”, y que a sus 55 años no hay tiempo que perder, más aún asumiendo definitivamente el dolor de no haber sido madre. Son muchas variables emocionales que confluyen en este explosivo cóctel sonoro. La vita nuova es un disco largo, complejo, poliédrico: perfecto para dedicarle el tiempo que merece en la situación actual. Pero, si queremos optar por el pico, queda la opción de sumergirse en los siete minutos largos de Courage. Es lo más ambicioso que Maria McKee ha escrito nunca. Y se antoja ahora mismo imprescindible escucharlo.

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