El mundo es un lugar que se le está quedando definitivamente pequeño a María Toro, una flautista coruñesa que culmina con este Fume una especie de trilogía global fascinante: A contraluz se gestó en 2011 a su llegada a Nueva York, Araras se nutrió en 2016 de su paso por Río de Janeiro y este “Humo” gallego sirve para cerrar el periplo y la década con el regreso a Xerdiz, la aldea familiar al norte de la provincia de Lugo, en la comarca de la Mariña. Ríos, mares, caudales diversos, latitudes y longitudes plurales. Lo de la “aldea global” no se referiría a esto, pero a Toro le encaja al dedillo.

Porque Fume es el relato y el retrato de una artista y compositora que desde el noroeste ha sido capaz de empaparse de flamenco y ahora siente la capacidad de entremezclarlo con el folclor de las pandeiretas en momentos tan espectaculares como Seu marco, con endiablado compás irregular. Que se atreve a cantar en su lengua madre para A costureira, donde todo el poso de la tradición oral entronca con el repiqueteo de las sonajas y la finura exquisita de esos tres cómplices habituales, el pianista David Sancho, el contrabajo de Antonio Miguel y Andrés Litwin a la batería. Y que recupera su pasión por el sur con sendos mano a mano con el ilustrísimo Chano Domínguez, en Nos vemos en la Mureta y Esto es para ti, esta última de autoría compartida.

Hay ideas a raudales en la cabeza de María, a la que la huella brasileña todavía le asoma en el tema que titula el disco (con unas voces tarareadas que no desentonarían en los discos clásicos del Pat Metheny Group) y que es capaz de exhibir en vacío su flauta riquísima durante los primeros minutos de La otra antes de reencontrarse con su pulso más flamenco. Hay todo un mundo, insistimos, en la cabeza de Toro, que también escucharía de jovencita los discos de Return to Forever cuando Joe Farrell era el flautista de confianza de Chick Corea. Un tesoro, otro más de nuestro jazz peninsular contemporáneo: ese gran desconocido.