La primera vez que me encontré frente a este disco habrían transcurrido sus buenos ocho años desde que se publicara. Y recuerdo haberme quedado con al menos un par de ideas en la cabeza. La primera, que me gustaba ese título: sencillo pero sugerente, refinado, evocador. Y la segunda, que me llamaba la atención el aspecto del protagonista, al que nunca había visto con anterioridad: parecía un seductor a la antigua, o quizá un antiguo hippy reconvertido en caballero mucho más aseado. Supongo que muchas de esas intuiciones eran ciertas y se acentuaban por la utilización del blanco y negro, lo que demuestra la habilidad de la presentación. Y es que “The art of tea” era un disco magnífico que podríamos habernos comprado solo porque entraba por la vista, porque le habríamos echado el ojo en la cubeta aunque no supiéramos una sola palabra sobre él. Y Michael Franks era uno de esos artistas a los que aprendíamos a conocer y amar a través de nuestros hermanos mayores: sirva esta consideración en sentido metafórico y, en mi caso (y alguno más del que he sabido), en el estrictamente literal. Estas nueve canciones de su debut en Warner quintaesenciaban un arte exquisito e inconfundible: nadie arropaba el pop con las caricias del jazz de esa manera, y nadie era dueño de una voz tan fina, delgada y, sin embargo, sugerente. Al productor Tommy LiPuma le habían puesto en suerte un cantautor californiano, pero él supo rodear a Michael con la flor y nata de la fusión: Joe Sample, Wilton Felder, Larry Carlton, David Sanborn. Una animalada. “Popsicle toes”, “Monkey see – Monkey do” o “Eggplant” siguen sirviendo como paradigmas del “smooth jazz”, pero a mí me gustan aún más tres baladas, la inaugural “Nightmoves” (con sus cuerdas suntuosas), la lindísima “St. Elmo’s fire” y el cierre inequívocamente nostálgico de “Mr. Blue”. “The art of tea” es desde hace tiempo un valor incontestable. Como el cariño de un hermano mayor.
Pues en mi caso, yo descubri a Michael Franks gracias al maestro Antonio Fernandez, y fui abducido por su musica,sus letras, sus producciones, sus base musicales…….no me canso de oirle.
Cuánto bueno hizo Antonio Fernández, sin ninguna duda. Y cómo se le echa de menos… :/
A mí me ocurrió lo mismo que a tí, lo adquirí en CD y estaba pasando CDs y vi está portada, de entrada creí era James Taylor y no lo conocía y como tú lo compré sin saber quién era y av que sonaba, luego la sorpresa fue mayúscula, tengo casi todos sus lps/cds y los que tiene con The Crusaders son mis favoritos, siempre vuelvo a él, me encanta.
¡Qué gracia! No había pensado en el parecido entre Franks y Taylor, pero es cierto que se dan un aire. Y más en esa época, que los dos gastaban bigote 🙂
Corría el año 1980 cuando empecé a trabajar en un pub, aquí en mi tierra, Palma. Alternaba servir copas y refrescos con poner música, discos que traje de mi propiedad. También usaba algunos que había dejado el antiguo propietario del pub. Uno de ellos fué The Art of Tea. Fué “amor a primera vista”. No conocía al artista ni a su música, pero al oirlo supe que sería uno de mis discos de “mesita de noche”. Han pasado……….pues eso, 42 años y sigue estando ahí………y lo que le queda.
Bonita historia, Joan. Gracias por compartirla. La música así es eterna, no lo dudes 🙂