Supe de Joan Queralt hace un poco más de dos años, cuando me lo encontré como telonero de Noah Gundersen en la sala Moby Dick. Presumíamos que sería un muchacho atribulado, uno de esos cantautores taciturnos que va sembrando un reguero de penalidades frente al micrófono, pero en esas se nos destapó con una versión socarrona de “Girls just wanna have fun”, de Cindy Lauper. Y algo de esa mezcla, la profundidad pero también la vocación luminosa, aflora en esta nueva entrega con sus tres cómplices de The Seasicks, que supone ya (¡buena media!) su cuarto álbum desde finales de 2013. Este no es extenso ocho piezas que no alcanzan ni la media hora de minutaje , pero se abre con el silbidito travieso y delicioso de “The jellyfish coreography” y apuntala un mapa de influencias irrevocable, desde su adorado Ben Howard (“Ona”) a Elliott Smith, pero también, y puede que más que nunca, Mac DeMarco. “Purple cannon” es pegadizo, musculoso, guitarrero, instantáneo. Adulto pero a la vez juguetón. Propenso al tarareo con “I do” y abiertamente adorable llegados a “Niagara park”, la gran joya de la colección, una especie de homenaje al universo de The Cure pero sin el ingrediente torturado. Porque Queralt, antiguo surfero, se ha vuelto más pop y radiante que nunca. Y lo bueno de un disco breve es que puede accionarse el “Repeat” con más frecuencia y fruición. Hágase la prueba.