En su lucha contra el reloj de la (maldita) mortalidad, Neil Percival Young se ha querido embarcar en una década sencillamente frenética, con un ritmo de trabajo que solo puede encontrar parangón en el del otro gran hijo ilustre del año 1945, George Ivan Morrison. Y como sucede con el norirlandés, nuestro genio de Toronto también nos obliga a un esfuerzo a veces extenuante en el seguimiento de esta obra tardía y un tanto dispersa: en el caso que nos ocupa, y por no mencionar la abrumadora exhumación de joyas de su archivo (faceta en la que el único parecido posible es el de las Bootleg series de Dylan), un álbum solista, una banda sonora, un disco orquestal, otro de versiones y un par de entregas con los incisivos Promise of the Real, la formación de Lukas Nelson.

 

Pero en el capítulo de grupos de acompañamiento ilustres, ninguno merece letras tan doradas y refulgentes como los Crazy Horse, banda a la que asisten cuatro décadas de historia intermitente pero absolutamente decisiva para aportar lustre y hondura al trabajo del canadiense. Con el Loco Caballo no trabajaba desde Psychedelic pill (2012), disco algo indigesto por aquella apertura desmesurada, Driftin’ back, de 27 minutos, pero el código aquí es sensiblemente distinto. Colorado nació al principio como un álbum acústico en solitario, y de hecho resulta sencillo encontrarle parentescos con Prairie wind (2005), quizá la última gran obra maestra de nuestro protagonista. Pero lo que parecía llamado a ser un ramillete de piezas intimistas y probadas en la carretera se ha salpimentado con la irrupción de esas locas fierecillas equinas, lideradas para la ocasión por un Nils Lofgren que parece concederse aquí los festines que últimamente no puede procurarse en el seno de la E Street Band.

 

El trasfondo acústico original pervive en unas cuantas delicias a media voz, desde la inicial Think of me al casi musitado capítulo postrero, I do (sencillamente, una de las más evidentes hermosuras del cancionero de Young en el nuevo siglo), pasando por el dolorido y emotivo alegato ecologista de Green is blue. Pero los amplificadores también pueden ponerse en incandescencia, llegado el caso: Shut it down comienza como una reencarnación de los primeros REM y Milky way nos sitúa en el Neil de los años setenta, en torno a Cortez the killer, por lo que es difícil contener el escalofrío: esa voz que parece al borde de la quiebra, que transita por el alambre de la desafinación y conmueve como pocas cosas en la historia de la música popular.

 

La tendencia de Crazy Horse a la digresión se manifiesta esta vez con She showed me love, cuyos 13 minutos parecen (una vez más) un ejercicio excesivo de improvisación autocontemplativa. Pero hay muy poco que objetarle a este Young crepuscular y más doliente que agridulce, capaz de encontrar la intersección entre sus impulsos acústicos y eléctricos en páginas tan memorables y sentidas como Olden days. Todos nuestros respetos: no podría ser de otra manera.

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