Manifestación es, desde hoy mismo, uno de los discos más singulares, sorprendentes y fascinantes que han visto la luz en estas tierras ibéricas. Y, con seguridad, un candidato inapelable para las listas con lo mejor de la cosecha anual durante este año en el que la música se ha convertido en el mejor apósito para tantas heridas. Firma Vicente Maciá, en tiempos al frente de los míticos Carrots, un álbum tan superlativamente anacrónico que sus canciones logran no sonar antiguas, sino solo atemporales. Porque no es fácil encontrarle analogías a un álbum en el que laúdes y flautas se colocan en la primera línea instrumental y la inspiración parece apuntar más al renacimiento y la tradición trovadoresca que a cualquiera de las expresiones al uso en la música popular durante el último medio siglo. Pero no nos engañemos: nos encontramos, con todo, ante el trabajo de un hombre que aprovecha las enseñanzas adquiridas hasta este 2020 para deslizar pinceladas de pop progresivo, psicodelia o, en último extremo, pop soleado a la californiana.

 

No, Maciá no es un hombre prolífico ni de ansias protagónicas. Manifestación es solo su tercera entrega en 13 años de trayectoria solista, y sus dos espléndidos antecesores apenas sobrepasaron las fronteras del circuito catalán. Sería un pecado que sucediera algo parecido con este trabajo, por mucho que la puñetera pandemia lo dificulte todo. El de El Prat de Llobregat se ha tomado tiempo para erigir su lenguaje meticuloso e intensamente pastoral, alejado en su mente muchos años luz de los parámetros del urbanita. Menciona él mismo entre sus influencias a Magna Carta, Strawbs o Amazing Blondel, nombres inauditos en el discurso de nuestros músicos. Pero a esa nómina bien podríamos sugerir las incorporaciones de Heron o de C.O.B. E, intentando buscar algún referente más cercano en el tiempo, Fleet Foxes, aunque ahí las conexiones son ya mucho más tangenciales.

 

El resultado, en cualquier caso, es maravilloso. Las guitarras acústicas son cristal puro y las voces, en casos como Ana, pueden terminar remitiendo a Crosby, Stills & Nash. Pero no solo hay música, sino que por esta vez los tiempos son buenos hasta para la lírica. “Una mota de polvo bendecida por el sol”, escribe el barcelonés justo en esa pieza, mientras que Mi canción apuesta por una insólita fábula animal con el siguiente primer verso: “Mientras las chicharras chillan como chimpancés”. 

 

Imposible, ya lo ven, encontrarle parangón a un álbum que al principio sorprende, en su desarrollo seduce y, a la hora del balance final, asombra y entusiasma. Un disco en el que cabe un instrumental para laúd, Lachrimae pavan, como si nos hallásemos ante ese repertorio repertorio renacentista de John Dowland rescatado por Sting. Pero donde también encuentra hueco Lo sagrado en lo profano, con esos teclados analógicos que tanto han seducido a Midlake, otros jóvenes tan felizmente alejados del tiempo que les ha tocado vivir. 

 

Y al final del todo, por si no hubiera bastantes argumentos, hemos de reservar alguna admiración para Septiembre, evocadora y socarrona, con fascículos y cintas de casete en su argumentario.  Y con esa voz de Maciá tan finita como la de Guillermo Farré para Wild Honey. Aves raras, tipos muy necesarios.

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