El concierto de Prince y sus Revolution del sábado 30 de marzo de 1985 en el Carrier Dome de Siracusa (estado de Nueva York) dista de ser un episodio poco documentado en la monumental trayectoria del genio de Minneapolis. Al contrario: aquellas dos horas de éxtasis prolongado, y sin margen apenas para tomar aire, ante 35.000 espectadores fueron retransmitidas en vivo por televisión a medio mundo y al año siguiente se convertirían en un VHS de enorme difusión. Es más, la actuación también se incluyó en la reedición deluxe de Purple rain publicada en el verano de 2017, pero hasta ahora no conocía una versión fonográfica como tal. Por eso este Live, ahora oficializado como doble cedé o triple vinilo, constituye no solo una orgía para completistas, sino un referente indispensable para cualquier aficionado medio al pop, el rock, el soul, el funk y la música más incandescente que conoció el ser humano en el ecuador de los frenéticos años ochenta.

 

Es fácil, pero inevitable (y merecido), caer en la tentación de las comparaciones entre el James Brown del Apollo y este Prince Rogers Nelson que estalla en un baño de genio, sudor y testosterona frente a una multitud abrumada. Era el concierto número 93 de los 98 que comprendió la gira de Purple rain, Prince ya había decidido rematarla para afrontar nuevos retos (el disco Around the world in a day, un segundo largometraje) y la retransmisión fue su manera de compensar al mundo por su discutida y dolorosa determinación de limitarse a suelo estadounidense, más una única incursión canadiense en Toronto. Aquella máquina avasalladora y engrasadísima podría haber colapsado docenas de estadios europeos o de cualquier otro punto del globo terráqueo, pero queda para la historia esta plasmación en los últimos días de aquella caravana irrepetible.

 

Tengan reparo siempre ante las hipérboles. Desconfíen de las adjetivaciones profusas. Y, dicho todo lo cual, sucumban a este delirio monumental, catártico, sencillamente apoteósico. Prince se regodeaba con el repertorio de Purple rain, pero no eludía su amor por las rarezas, así que deslizaba algunas caras B deliciosísimas. Porque la incontinente fertilidad creativa del genio le permitía disponer de material sobrante como la procaz y muy incorrecta Irresistible bitch, la espiritual y extática God o la excepcional balada How come U don’t call me anymore?, todas ellas apenas divulgadas en la época. Aunque aún menos difundida era Possessed, que no llegó a tener cabida oficial en ningún lanzamiento.

 

Todo aquí, quizá salvo los siete minutos de remoloneo en torno a Yankee doodle, alcanza categoría de acontecimiento esencial. Y más aún, seguramente, los dos bises, que se concentran en el tercer elepé. El primero traza la extraordinaria I would die 4 U para desembocar en una larguísima rendición de Baby, I’m a star a lo largo de 11 minutos y medio, con el saxo de Eric Leeds rubricando un momento para la historia. Tras abandonar nuevamente el escenario, la banda regresaba con un Purple rain de 19 minutos largos que, palabra, transcurre en un suspiro. Y agranda, aún más, la aureola de esa pieza como uno de los momentos culminantes del siglo pasado: da la impresión de que podríamos seguir escuchándola eternamente.

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