Entre los múltiples argumentos para pensar que 1968 fue uno de los años más fascinantes en la historia de la música, Electric ladyland es uno de los más extraordinariamente convincentes. Las afirmaciones categóricas siempre pueden ser objeto de disensión, pero nos encontramos a buen seguro ante el mejor trabajo que fue capaz de finalizar en vida el mejor guitarrista eléctrico que han conocido los tiempos. ¿O quién se atrevería de formular, a estas alturas, un contraejemplo?
Restaurado en 2018 gracias a una bellísima edición que era al tiempo fetiche y prodigio (aporta incluso una mezcla surround del álbum, locura absoluta para audiófilos), Electric ladyland es un estallido incontrolable de creatividad durante 75 minutos en los que no paran de suceder acontecimientos asombrosos. Había mucha complicidad con los avances de la química en estos surcos, es evidente, pero restringir una obra tan capital a un mero viaje psicotrópico supondría un reduccionismo rampante. Porque aquí aparecen Voodoo child (Slight return), cumbre absoluta de Hendrix; la lectura enorme de All along the watchtower, que engrandece más el original de Dylan; el fascinante viaje de 14 minutos para 1983 (A merman I should turn to be), las lecciones magistrales de blues atronador y, en general, un suministro de electricidad en proporciones abrumadoras.
En contraste, el efímero genio de Seattle le hacía hueco a la belleza de Gypsy eyes y a los dos minutos y medio de psicodelia trepidante en esa barbaridad titulada Crosstown traffic. Con motivo de aquel 50 aniversario pudimos anotar el añadido de un alucinante disco de maquetas sobre la gestación del álbum, algunas registradas en una habitación de hotel y redivivas con un sonido de nitidez insólita (Angel Caterina, por ejemplo, constituía una versión primeriza de 1983). Y el concierto en el Hollywood Bowl del 14 de septiembre de 1968, que permanecía inédito hasta la fecha y se registró de manera casi simultánea a la edición de Electric landlady. Asombra que aún queden joyas por desempolvar en el archivo de James Marshall Hendrix, pero aquí la militancia puede que encontrara su santo grial definitivo.