La coincidencia de fechas es meramente fortuita, pero resulta simpático pensar en que la publicación de este tercer álbum de Roosevelt puede servir como premio de consolación para quienes solo tres días antes lloraron con amargura la disolución de Daft Punk (y fueron varios cientos de miles, a juzgar por la proliferación de mensajes compungidos en Twitter). El alemán Marius Lauber es más artesanal en su concepción sonora que la parejita francesa oculta tras sus cascos robóticos, pero la mirada hacia los sintetizadores analógicos y el synth pop de los primeros años ochenta tiene mucho en común. Y el muchacho que firma como Roosevelt consigue aquí sonar deliciosamente igual a los magos de aquella dance music que proliferaba en las radiofórmulas cuando él ni siquiera había nacido.

 

Lauber sonó fresco y encantador cuando irrumpió en la escena independiente con un delicioso álbum homónimo, pero pareció errar el tiro con una prolongación, Young romance (2018), en la que sus ansias por homologarse a las radiofórmulas le jugaron una mala pasada: estaba tan obsesionado por sonar natural y bailable que le quedó un disco agarrotado. Polydans es, en comparación con aquello, una liberación gozosa. Suena divertido, hedonista, bailable pero no alocado. Incluso a veces más cercano al yatch pop, esa música liviana para escuchar con gafas de sol en pleno crucero, que a los zambombazos para las pistas de baile.

 

Con sus 30 años recién cumplidos, Roosevelt aprovechó la pandemia para encerrarse y practicar aún con mayor ahínco lo que siempre más le atrajo: la creación en soledad. No es deslumbrante como intérprete musical ni como cantante, pero su habilidad para construir canciones redondas adquiere aquí una dimensión abrumadora. Feels right podríamos haberla escuchado en cualquiera de las casetes discotequeras de nuestro hermano mayor en torno a 1983, pero, asombrémonos, está fechada en Colonia y en plena era coronavírica. Strangers podría pasar perfectamente por una maqueta de Chic y el bajo de Closer to my heart es tan hortera (y delicioso) como el de Silly love songs, aquella cancioncita de Macca para los Wings que tanto irritó en su día a los más talibanes.

 

Y esa es una buena manera de ver Polydans: una receta contra el talibanismo. Un estallido de ingenio viejoven. Y la demostración de que podemos recuperar la fe en Marius. Alguien capaz de invocar el espíritu del mismísimo Jean-Michel Jarre para Forget merece todo nuestro reconocimiento.

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