A menudo se habla de la música como catarsis o elemento curativo, como un cataplasma emocional. En el caso de Sofía Comas, tal circunstancia no es solo una posibilidad teórica, sino una certeza categórica. A esta cantautora electrónica –a falta de mejor definición– afincada en Madrid la descubrimos en lo más crudo de 2020 con un álbum de belleza dolorosa y sinceridad conmovedora, El verano será eterno, con el que intentaba aliviarse la pena tras la muerte de su padre. El refrendo de su talento y talante, ese teórico difícil-segundo-álbum, también encierra un profundo viaje interior. El que recorre el largo trecho desde el alma herida y el desasosiego más profundo hasta un alivio que solo ha sido posible a través de estas ocho canciones sanadoras. Ocho oraciones paganas, si se quiere, para recuperar la fe en cada nuevo día.

 

Tras un 2021 “sencillamente atroz, de desesperanzas, desamores y abismos existenciales”, Comas supo dejar que el instinto le guiara el lápiz hasta que comenzaron a brotar los primeros versos de Nunca, nunca. “Huyamos hacia atrás o hacia adelante / evitemos este instante…”, apremiaba esa llamada a la acción frente al inmovilismo, ese pellizco revitalizador en forma de verso, estribillo y estrofa. Fue como prender la mecha que ahora desemboca en estos 31 minutos de música con los que su autora se felicita por la belleza consustancial a la vida (“¿cuántas veces nos alegramos de lo bello que es el cielo?”), apremia a superar los escollos, y esquiva ese “proceso de robotización” al que parece que nos ha abocado esta desquiciada vida moderna. De repente, y cuando más falta nos hacía, he aquí un canto de amor y de esperanza.

 

Las apelaciones a lo ancestral, a la idea griega del destino y la suerte frente al frío raciocinio del homínido moderno, sobrevuelan un álbum con el que cada oyente ha de elegir si afronta lecturas más superficiales o complejas. Es una ambivalencia que se refleja incluso en su dimensión específicamente musical, puesto que conjuga la fascinación por la electrónica (produce Mumbai Moon e incluso se deslizan ciertos ingredientes de cultura urbana) con un regusto melódico que parece más propio de generaciones, o más bien centurias, anteriores a la milenial. Comas ha escuchado durante estos últimos años las Cantigas de Santa María, de Alfonso X El Sabio, hasta la saciedad. Y su influjo, sí, late en A un pájaro rojo. A partir de la firme convicción de que “el medievo es puro pop”, Sofía se reivindica aquí como una melodista hábil, ágil y deliciosa.

 

No nos privemos de hacer escalas prolongadas en cada una de estas ocho estaciones. Pero demorémonos con mayor intensidad, solo por el puro gustazo, en episodios como Mundo verbena, la canción de amor por antonomasia del álbum, un momento casi crooner inspirado tanto por Frank Sinatra como por Joe Hisaishi, el compositor de El viaje de Chihiro. Creemos ser algo, viene a decirnos Sofía, pero juntos seremos algo mejor. Y para ello, nada mejor que apelar a aquel “niño santo” de María Sabina, aquella curandera analfabeta mexicana que lograba la sanación de sus pacientes mediante la ingesta de hongos y a la que acabaría recurriendo incluso John Lennon. Porque también hay toneladas de México y energía chamánica en este álbum a la vez tan directo y complejo, tan hijo de estos tiempos desconcertados.

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