Hay mucho de intrigante en el universo de Sofía Comas. Y eso, claro, termina siendo un salvoconducto para la fascinación. La suya es la historia de una muchacha joven y absorta en su mundo interior, pero que acaba haciéndonos partícipes de quién y cómo es a través de sus canciones. Unas canciones de fragilidad vigorosa, porque así de poderoso es el recurso a las paradojas. Y algo de eso hay en ella: apariencia de porcelana delicada, hermosa y en eterno peligro de quebrarse en mil pedazos, pero un interior bien cimentado y sólido.

 

Pero ¿quién es Sofía Comas? Aunque su nombre aún no haya gozado de excesiva divulgación, conste que no nos encontramos ante ninguna recién llegada. Nos la hemos encontrado desde 2010 al frente de un cuarteto madrileño de pop experimental en inglés, Tucan Morgan, que el año pasado agudizó sus pulsiones electrónicas y pasó a denominarse simplemente Tucan. Habrá quien se haya encontrado con ella a partir de su faceta como actriz o la de directora musical en la compañía de teatro Zuk. Nació en 1985 en Montreal, así que disfruta de la doble nacionalidad española y canadiense. Cita con naturalidad a la escritora Joan Didion como referente, lo cual refrenda su manifiesta condición de rara avis en el pop nacional. ¿Pop? También podríamos arrimarla a las músicas de vanguardia, pero ya ven que Comas es escurridiza a la hora de las categorizaciones. Tan evanescente como su propia música.

 

Lo fascinante de El verano será eterno es que este breve ciclo de canciones (siete cortes, menos de media hora) nazca de una circunstancia tan personal, íntima y dolorosa como la pérdida del padre de Sofía. Lo esbozábamos antes: los enigmas artísticos se nutren a partir de confesiones profundas y desgarradoras. La voz límpida y magnética puede acercarla a Lisa Gerrard, la cantante de Dead Can Dance; a fin de cuentas, otra gran amiga de la seducción a través de las incógnitas.

 

El círculo de la vida. La trascendencia. Tantas dudas que desgarran. El cancionero se reparte entre las cuatro estaciones y parte de Dime, papá, encuadrada en el invierno y génesis de todo (“Dime, papá, ¿cuál será el olor de los libros que tú abriste y que ahora voy a cerrar yo?”). El reto consiste en superar el pudor, y el dolor, a través del arte. Y de la combinación entre cuerdas y teclados. Contrastes y disyuntivas, una vez más: lo orgánico y lo sintético. Con el productor uruguayo Gonzalo Rivas Zinno –otro madrileño sobrevenido– como colaborador más que necesario: productor de todo y coautor de una significativa parte.

 

¿El resultado? Vaporoso. Subyugante. Delicadísimo (Un árbol desnudoTu nombre), pero orgulloso y concienzudo. O, por resumir: necesario.

 

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