Es difícil no tomarle la matrícula a este Gáldrick, uno de los debutantes que más ilusión despiertan a lo largo de esta primera mitad del año, tras haber descubierto y desentrañado pequeños prodigios como En cada palabra. Olviden las temáticas obvias, declaraciones amorosas más o menos evidentes o reflexiones a pie de barra de bar, porque el argumento aquí es el lenguaje como poder facultativo y desde su perspectiva de valor ético. “Porque las palabras pesan y en cada palabra está la verdad y la mentira”, reflexiona este filólogo que estudió literatura en Nápoles y se aleja de los tópicos y las vaguedades. De ahí que Luz de fondo, el propio título de esta primera colección, encierre varias connotaciones importantes para comprenderlo. La profundidad y la luminosidad, por lo pronto.
Alguien con un nombre así ya desde la cuna –porque este gerundense de 33 años responde al nombre de Gáldrick de la Torre– ya estaba de alguna manera predestinado a la lírica y la belleza serena. Su aproximación a la canción de autor encierra elementos folclóricos y también sutilmente experimentales (Razón de amor), un ensimismamiento que le acerca bastante a Nacho Vegas y un timbre de voz que a veces puede recordar a un Jota, de Los Planetas, al que de repente le hubiera dado por cantar bien. Luz de fondo es pura introspección, un suspiro de emoción genuina pronunciado con una voz tenue. Una llamada a la complicidad antes que a la imposición de gruesas verdades individuales. Y un compromiso casi místico con la música Por la gracia de la canción, elocuente título del primer corte.
Cada nueva escucha agranda, en realidad, la sorpresa. Hay en el ideario de De la Torre muchos mundos aprehendidos en la soledad de su cuarto, la imaginación radiante de quien pudiera evocar a los Duncan Dhu más acústicos en Como un animal o un deje berlanguiano (de Carlos Berlanga, se entiende) en El tren, una canción como hace siglos que no le cae a Alaska entre las manos. Lo suyo es pop de combustión lenta, evocaciones de sonidos lejanos (en la distancia, pero también en el tiempo), teclados que planean como un vuelo rasante por la memoria musical reciente de este país. Gáldrick vive en un pueblito gerundés de 150 habitantes, pero es lo mejor que nos ha pasado en territorio ibérico desde ni se sabe cuándo.