A la altura de su décimo aniversario como afianzadísimo tándem, Tessa Murray y Greg Hugues aprovechan para imprimir un nuevo y sutil giro a su universo sónico. A medida que ha cambiado su localización, el dúo ha sabido impregnarse de la atmósfera del entorno: del bullicio londinense a la sofisticación neoyorquina y, ahora, el aire más campestre del Hill Country texano, ahí donde los espacios se vuelven infinitos y las atmósferas, cada vez más etéreas. La fascinación por un dream pop vaporoso sigue definiendo buena parte del viaje (White sands), pero The last exit amplía su alcance para convertirse en banda sonora de un viaje imaginario en el que nuestro cuentakilómetros podría entrar en combustión en cualquier momento.

Ahí radica el encanto de esta banda ligeramente inaprensible, escurridiza frente a las definiciones pero muy adictiva al simbolizar esa permanente interacción entre tierra y aire. Las guitarras con ecos a frontera y parajes polvorientos ganan en importancia y remiten tanto a los clásicos de Chris Isaak que hasta el propio David Lynch tendría dificultades para distinguir aquel Wicked game de ese Static que proponen aquí los Corners, un parecido también acusado en algunos pasajes de A kiss before dying. Más aún: como el director de Mulholland drive escuche los instrumentales Till we meet again y Shifting dunes contratará fulminantemente a estos muchachos, mientras que Wim Wenders les echaría el lazo con Bad town.

Colores tenues, paisajes que se pierden en el horizonte, guitarras slide y pedal steel, sintetizadores de esos que ya desaparecieron de las estanterías de novedades. Hugues se refrenda como un poderoso generador de ambientes crepusculares mientras su socia acentúa el encanto discreto de una voz tan lánguida como un atardecer en lo más crudo del invierno. Y como golpe genial y definitivo para completar el hechizo, esa joya con el elocuente título de It’s voodoo. En efecto: nos dejamos embrujar.