Nadie debería dudar a estas alturas que Sufjan Stevens destaca como uno de los autores más inmensos que nos deja este siglo XXI, y también, consecuentemente, de los más impredecibles e inconformistas. The ascension corrobora todos estos apriorismos, aun a costa de poner a prueba al oyente con una propuesta que no tiene un miligramo de escucha confortable. Hemos de remangarnos antes de afrontar una escucha que acaba convirtiéndose casi en singladura aventurera: nos esperan 80 minutos densos y sin respiración de pop épico, severa densidad electrónica y, ya entrados en faena, una temática angustiosa que va alternando las crisis existenciales, las que atañen al planeta de manera global y las apelaciones a un cristianismo crítico y redentor.
No es poca cosa, bien se ve. Lo comprobaremos al hincarle el diente, por ejemplo, a Die happy, donde Stevens repite como un mantra la frase “Quiero morir feliz” mientras un batallón de máquinas y sintetizadores desata una tormenta de inquietantes dimensiones. O cuando caemos en la cuenta de que Altivan toma su nombre de un ansiolítico. Uno de esos “oráculos sintéticos”, que diría Drexler, a los que nos vemos abocados a recurrir cuando nuestras vidas y las de tantos congéneres se nos quedan justitas de motivaciones. La canción en concreto es, casi sobra decirlo, una angustiosa invitación al desasosiego entre robóticos ritmos desatados y un maremágnum de voces superpuestas.
Después de un álbum tan honesto, doloroso, íntimo y soberanamente bello como Carrie & Lowell (2017), parece claro que Sufjan se ha sentido en la necesidad de erigir su antítesis: una obra que gira la mirada del yo más profundo al nosotros más inabarcable, y que modifica el lenguaje acústico, a veces minúsculo, por una abrumadora superposición de capas e inquietudes. Solo la adictiva Video game, con ese punto obsesivo que no desentonaría en la discografía de Kraftwerk, podría ajustarse de manera remota a lo que entenderíamos por un sencillo. Es más, lo que el de Michigan entiende aquí nominalmente por single es el corte final, America, 12 minutos y medio de epopeya, digresiones y verdades como puños.
Entre unas cosas y otras, The ascension se erige en el hermano mayor, en todas sus dimensiones, de aquel The age of adz (2010) con el que nuestro protagonista ya avisó de que podía ejercer también como geniecillo tecnológico. Ahora todo es, en comparación, más grande, grave y complejo. Puede que algunos cortes (Landslide, Run away with me) se hubieran convertido en clásicos instantáneos de Stevens con un tratamiento menos rupturista, más acorde con el canon sonoro de un hombre capaz de escribir el tema central de una película como Call me by your name. Pero, en pleno 2020, Sufjan ha decidido que tampoco sería él quien nos pusiera las cosas fáciles. The ascension quizá no sea el disco que más nos habría apetecido recibir de tan ilustre remitente. Pero es también su complejidad, su aureola de obra abiertamente excesiva, la que añade encanto a nuestro propio reto.