En la vieja era analógica, Lazy travellers habría sido uno de esos discos que acariciáramos entre las manos y escudriñásemos con detalle antes de pedirle a nuestro disquero de confianza que lo desprecintara y dejase escuchar en la tienda un ratito. Lo más probable es que ese proceso de descubrimiento se prolongara durante los 35 minutos que suman estas 10 canciones, tan tiernas y adorables, tan pequeñas en la mejor acepción del término, que levantar la aguja de los surcos provocaría en realidad la sensación física contraria, la de un aguijonazo. No era fácil tener localizado a este cuarteto de Bristol, responsable ya de un par de álbumes anteriores que habían gozado de tan buena prensa como de difusión escasa. Y tampoco resultaría sencillo imaginar que esta tercera entrega iba a acabar en manos de un sello independiente tarraconense, No Aloha Records (Islandia Nunca Quema, Carolina Otero, Casa das Feras…), responsable último de este flechazo que no podíamos dejar de proclamar a los cuatro vientos.

 

Porque The Lovely Basement, haciendo bueno su epíteto, son, efectivamente, adorables.

 

El cancionero que han urdido entre la cantante Katie Scaife y el guitarrista Kevin Bache proviene de orillas del río Avon, pero bien podría haber encontrado su partida de nacimiento no muy lejos de aquellas tierras de Alabama que alumbraron a Hank Williams. Porque los Basement parten del indie británico pero miran con frecuencia al otro lado del océano, con evidente fijación no solo por el honky tonk, sino sobre todo por los jóvenes Nico y Lou Reed o por el bueno de Dean Wareham enamorándose de Britta Phillips en los años de Luna. De hecho, esa portada tan fabril, poética y desconcertante, ese fogonazo de luz para combatir, pese a todo, la grisura, habría encajado bien en el ideario estético de aquella banda.

 

La voz tenue de Scaife, cálida pero ligeramente rasposa, abona los paralelismos con Georgia Hubley (Yo La Tengo) o, quizá aún más intensamente, Margo Timmins (Cowboy Junkies). Pero entre estos Viajeros perezosos prevalece, por encima del ideario, las canciones, y son miniaturas redondas, encantadoras, adictivas. Mucho más precisas (y preciosas) que tarareables, como les sucedía a The Go-Betweens. Cultas y nostálgicas siempre, ácidas y evocadoras con frecuencia. Y con ese gusto por las voces entrelazadas, arrastradas y perezosas (Gas station with a bar, Ghosts of the listening post) y por el guitarreo campestre (Mysterious ways) que les hace inesperadamente adictivos.

 

Es fácil enamorare de TLB, ya lo avisamos. Pero si a alguien se muestra aún reticente, que avance hasta Gasómetro. Está cantada en español, o eso parece, aunque cuesta entenderles una sola palabra. Y es un abrazo en toda regla, de los estrujados. Siempre muy a favor.

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