“Latexo” es el término gallego para “latido”: una sonoridad hermosa que remite a la esencia, a la raíz, el pulso vital a partir del que comienza todo y se erige la arquitectura misma de nuestra existencia. Tierra pura, que es, en todos los sentidos, lo que mejor define a esta formación en la que las voces con sustancia secular y una verdadera avalancha de percusiones se erigen en ingredientes casi únicos; y, contra pronóstico, más que suficientes.

 

Es curiosa la evolución de Xosé Lois Romero, hombre de enorme crédito en los círculos de la tradición folclórica que ha acabado renovándose a partir de una aparente regresión. El coruñés es un acordeonista virtuoso y extraordinariamente imaginativo, además de un compositor avezado, capaz de desarrollar piezas complejas y riquísimas a partir de la inspiración aprehendida en las aldeas. Así hizo, por ejemplo, en sus tiempos para la Nova Galega de Danza, una compañía contemporánea que enriquecía sus coreografías con las partituras laberínticas de este cerebro privilegiado.

 

Sin embargo, es en su proyecto más de raíz, más sustancial, donde parece haber encontrado Romero la proyección más evidente y la horma de su zapato. Nada de instrumentos melódicos. Nada, o muy poco, de material de creación propia. A Muiñeira de Ons marca las reglas del juego desde los primeros compases de este segundo disco, que amplifica los logros y agranda la hoja de ruta del homónimo debut de 2017. Seis de los nueve integrantes de Aliboria son mujeres en modo de cantareiraspandereteiras, la misma fórmula que también ha desarrollado Xabier Díaz (compañero de Romero en Nova Galega de Danza y en aCadaCanto, por cierto) con sus Adufeiras de Salitre. Lo bello, bellísimo de la música tradicional es su capacidad para adquirir significado transfronterizo desde sus más humildes orígenes de aldea. Las colosales descargas percutivas remiten a las tatarabuelas de las oficiantes, pero también a los tambores de Herencia de Timbiquí (la banda de referencia en el Pacífico colombiano), las descargas tribales de los carnavales cariocas o, puestos a mirar lejos, los bailes rituales de los haka neozelandeses.

 

El trance acaba siendo no ya posible, sino incontrolable, en piezas tan hermosas y absorbentes como A roda da vidaO acougo do colo. Y la sorpresa es adorable cuando las mozas de Aliboria abordan sin previo aviso Maria Maria, el clásico de Milton Nascimento, a renglón seguido de Ponta de areia. No hay que haber nacido en ninguna latitud concreta ni acreditar ninguna lengua madre para asombrarse con los latidos del pueblo. Porque el corazón, a fin de cuentas, nos late a todos en cualquier continente y desde cualquier posición social.

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