Imposible olvidar el impacto que produce la primera escucha de Yours is no disgrace, el tema con el que se abre The Yes album y que imprime el giro de guion más decisivo en la extensísima y accidentada historia de esta banda esencial durante más de medio siglo para comprender los derroteros del rock sinfónico o progresivo. Inaudito que sucedieran tantas cosas en ella y que sus casi 10 minutos acabasen transcurriendo en un suspiro. Ese staccato inicial, las diabluras del recién incorporado guitarrista Steve Howe, los minisilencios enfáticos, la manera en que el bajista Chris Squire y el divino batería Bill Bruford reinventaban toda la arquitectura a cada vuelta, la manera sutil en que Tony Kaye ponía a ulular su órgano Hammond. Y, por supuesto, Jon Anderson en estado de gracia, con esa voz agudísima e inconfundible entre un millón.

 

Aquel texto desarrollaba una sutil proclama antibelicista (con Vietnam a buen seguro en el subconsciente), los cinco firmaban en comandita la pieza y en pocas formaciones como Yes resultaba tan imprescindible aprenderse el nombre de todos los integrantes. Conste que ya eran adorables los dos trabajos iniciáticos del quinteto, Yes (1969) y Time and a word (1970), no siempre bien situados en las clasificaciones: sus canciones atípicas y laberínticas, algunas de las versiones más heterodoxas que se hayan concebido jamás (America, de Paul Simon; Every little thing, una de las canciones menos divulgadas de los Beatles; la inimaginable No opportunity necessary, no experience needed, de Richie Havens). Pero The Yes album, con ese título tan rotundo, tiene algo de manifiesto fundacional. Y de exhibición de un estado de gracia.

 

Por eso esta reedición mastodóntica, en formato de cuádruple cedé (más blu-ray y vinilo, puestos a abarcarlo todo), tiene todo el sentido, aunque solo deban fijarse en ella los militantes más aguerridos de la causa sinfónica. El oyente sin un elevado grado de compromiso disfrutará con creces del álbum original y tendrá más que suficiente con él, porque el material añadido en los tres cedés adicionales no aporta ningún título nuevo, perdido o descartado, sino versiones alternativas o instrumentales, remezclas y, eso sí, una hora larga de grabaciones en directo de la gira de 1971 que permanecían inéditas en su gran mayoría.

 

Vamos por partes. Los audiófilos, que en el territorio del progresivo son legión, disponen de las nuevas mezclas de Steven Wilson, el gran gurú del gremio: no solo la de 2014, que ocupa el segundo cedé (junto con la versión instrumental íntegra del álbum, un capricho un tanto estrambótico salvo para quienes quieran sentirse estrellas de karaoke y emular al muy inimitable Jon Anderson), sino también las alternativas Atmos y 5.1, en ambos casos en el Blu-ray adicional. El tercer cedé es el de las rarezas, aunque estas lo son en grado relativo y en un buen número de casos ya habían aparecido en reediciones previas. Hablamos, sobre todo, de la versión en estudio del endiablado solo de guitarra Clap (que en el álbum original figura grabado en directo durante el verano de 1970, una de esas decisiones sorprendentes muy de la época) o de tomas alternativas o en mono, por lo que las variaciones son más bien anecdóticas. Pero no es el caso del hasta ahora inédito acercamiento primerísimo a I’ve seen all good people, una early take de corte aún ensimismado que dista muchos cuerpos del arrebato eufórico en el que acabaría convirtiéndose. Y simboliza, mejor que en ningún otro momento de esta caja mastodóntica, las toneladas de horas invertidas en esta aventura por Anderson, Squire, Bruford, Kaye y el recién incorporado Steve Howe, que desbancó como guitarrista a Peter Banks en la primera de las docenas de sustituciones traumáticas que Yes ha acumulado a lo largo de su más de medio siglo de históricos servicios al rock. Puede que ningún movimiento tan decisivo, con todo, como este, si tenemos en cuenta que Howe es el único legatario que a día de hoy puede ostentar la condición de miembro “legítimo” de Yes, si reparamos en el fallecimiento de Squire y el portazo ya lejano y aparentemente irreparable de Anderson.

 

Y llegamos al cuarto disco, el mollar, puesto que pone en circulación pasajes de un par de conciertos (enero de 1971 en Gotemburgo, Suecia; y julio de aquel mismo año en New Haven, Connecticut) inéditos en su mayoría, salvo por el par de versiones ejecutadas en suelo sueco de dos cortes, Astral traveller y Everydays, provenientes de los álbumes antecesores, Time and a word (1970) y Yes (1969), respectivamente. Los casi 40 minutos recuperados de Connecticut son un caramelo colosal para el seguidor genuino, puesto que retratan a una formación desatada y arrolladora, incluso en un contexto de imprecisiones: la música era laberíntica y los músicos concluían, extenuados, su primer asalto al mercado estadounidense. Pero advirtamos, eso sí, de que la calidad del sonido es por momentos restringida.

 

Y volviendo al disco, tal y como lo conocemos desde más de medio siglo atrás, aquí sigue habiendo mucho, muchísimo a lo que prestar atención. Las virguerías guitarrísticas de Howe en Clap, por ejemplo, que con la acústica sonaba muy folkie. O la habilidad para componer en formato de suite, que acontece por partida doble y consecutiva: Starship trooper y I’ve seen all good people, esta última con una primera parte pastoral, Your move, sencillamente inolvidable. Y aún quedaba la belleza sosegada de A venture, una preciosidad que fue la única en no perdurar en el repertorio en vivo de la banda; y la exhibición final de Perpetual change, con el arranque más roquero del lote y algunos bruscos cambios dinámicos para los que casi hacía falta biodramina. Un título ya elocuente en sí mismo, ese “Cambio perpetuo” que se convertiría en idiosincrásico para la banda, y que encierra una de esas ideas disparatadísimas que afloraban en los estudios de grabación con el estallido progresivo: el final de la pieza es un mano a mano entre Yes y… Yes, pues el quinteto íntegro decidió replicarse y medirse en duelo consigo mismo.

 

Ay, benditas locuras. No puede reescucharse este álbum sin reincidir en el asombro. Y eso que son muchos los años y muchas las veces. Ahora, con esta pantagruélica versión definitiva, los más insaciables pueden rebañar hasta la última miga del plato.

 

2 Replies to “Yes: “The Yes album (definitive version)” (1971/2023)”

  1. Este disco es un pilar del rock progresivo. Sus arreglos intrincados y virtuosismo instrumental crean una obra maestra que perdura, fusionando complejidad musical con emociones cautivadoras. De completo lujo.

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