¿Era necesario que Cat Stevens volviera a grabar, 50 años más tarde, un álbum tan prodigioso como Tea for the tillerman? Seguramente no, y hasta habrá quien tome este experimento como un capricho o un movimiento contraproducente. Pero no dramaticemos. Es obvio que nuestro hombre no iba a superar ahora, a sus 72 primaveras, la obra cumbre de aquellos primeros años de talento infinito. Pero esto no es ningún sacrilegio, sino un legítimo autohomenaje. Está bien reivindicar unas páginas que ya ocupan un lugar en la historia de la canción, con todas las mayúsculas que queramos adjudicarles. Y no hay necesidad de resistirse al encanto de las efemérides: desde su conversión al Islam, nos apenaron las décadas de silencio de Stevens, ahora Yusuf, así que su reeditado interés por el pop es, nunca mejor dicho, una bendición.

 

No ha querido Steven Georgiou/Cat Stevens/Yusuf Islam someternos a grandes sobresaltos a la hora de repasar estos 11 títulos excepcionales. La única relectura osada, incluso desconcertante, es la de Wild world, una melodía celebérrima que ahora se distorsiona hasta hacerla poco reconocible en algún tramo, aderezada con unas gotas de swing alejadísimas del espíritu original de 1970. Miles from nowhere gana en cuerpo y electricidad, mientras que con Father and son, el más inmortal de estos títulos, se formula un juego divertido: el Yusuf septuagenario regraba las estrofas correspondientes al personaje paterno, pero para las del hijo se ha conservado la interpretación original de aquel Stevens de 22 añitos (quizá, puestos a contarlo todo, porque hoy no pueda alcanzar las notas más agudas). Un mano a mano consigo mismo, solo que diferido en cinco décadas: una manera hermosa de simbolizar ese salto generacional que expresa la canción.

 

Incluso el productor de esta segunda parte, Paul Samwell-Smith, es el mismo que ya rubricaba el disco primigenio. Conformémonos, por tanto, con los pequeños detalles. El nuevo Tea… no busca ampliar la nómina de admiradores en el improbable caladero de los mileniales, así que la placidez está asegurada. Puede que a este tributo en primera persona le hubiese venido bien un poco más de audacia, unos cuantos puñados de osadía. Pero escuchamos ese casi rap al final de Longer boats y no podemos por menos que sonreír. Y confiar en que Yusuf siga encontrando motivos para agarrar la guitarraThe laughing apple (2017) era la demostración fehaciente de que aún puede proporcionarnos grandes alegrías.

 

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *