Rodrigo Leão se ha convertido en un sinónimo de belleza serena e inexcusable, un compositor fértil y tenaz que aporta de antemano la confianza plena en su obra, casi la certeza de que completaremos la escucha de cada nueva entrega sintiéndonos plenos, cómodos y complacidos. Ese estadio tan difícil de conquistar vuelve a refrendarse, afianzarse y hasta engrandecerse en el caso de O rapaz da montaña, con el mérito añadido de que nos encontramos ante uno de los trabajos más singulares y diferenciados de entre los más de 20 en cuyas portadas ha estampado el compositor portugués su nombre propio.
Más de tres décadas después de aquel celebradísimo Ave mundi luminar (1993), despegue en solitario de un artista que poco después reuniría el valor suficiente para desligarse de los venerados Madredeus, Leão sigue sonando inequívocamente a Leão, y en ese sentido la sensación de familiaridad y pertenencia que tanto agradece el aficionado no se quebranta. Pero con todo y eso, O rapaz… es, sin duda, el más portugués de sus trabajos, el más vigoroso y enraizado, el que se inspira de manera directa, evidente y hasta ahora poco explorada en la gran canción de autor lusitana de los años setenta, desde Zeca Afonso a Fausto o Sergio Godinho.
Rodrigo se concede el derecho de la añoranza de sus tiempos mozos, apela a aquel espíritu revolucionario, vitalista y renovador que conoció el país hace ahora medio siglo y abraza un ideario de colectividad y sueños compartidos que en lo musical también tiene traducción; sobre todo en el uso de las percusiones, mucho más enérgicas, decididas y callejeras que de costumbre, pero también en la abundancia de coros, con el propio Leão asumiendo (aceptablemente) una insólita condición de vocalista y doblando al unísono a su gran aliada Ana Vieira, cantante principal en buena parte de la entrega y colaboradora frecuente del lisboeta desde dos décadas a esta parte.
Ese gusto por los viejos amigos y aliados también representa otra característica en O rapaz… de gran valor simbólico. En su empeño por erigir un himno a los logros colectivos, Rodrigo echa mano de artistas no solo cualificados, sino también recurrentes, empezando por sus viejos camaradas de Madredeus Gabriel Gomes (acordeón) y José Peixoto (guitarra clásica). También es habitual que buena parte de los ingredientes líricos provengan de la pluma de Ana Carolina Costa, esposa del músico, pero no deja de resultar entrañable y elocuente que los tres hijos de la pareja, Sofía, Rosa y António, también consten entre quienes han aportado segundas voces. Añadamos la presencia como coproductor de Pedro Oliveira, voz principal en Esperança, amigo de la infancia y cantante del delicioso primer grupo de Rodrigo (Sétima Legião: gloria bendita), y comprenderemos que O rapaz da montanha no solo es un disco precioso, sino también simbólico y sentimental.
Por todo ello es lógico que Leão, con la intermediación de Ana Carolina, se deje esta vez de versos etéreos, poéticos y evanescentes para bajar a ras de tierra y hablarnos de coraje, amor propio, pérdidas, mujeres valerosas, trabajadores de la mar, angustias ineludibles sobre la muerte. Conserva a sus 60 años Rodrigo ese gusto por la escuela minimalista, pero esa línea es cada vez más tenue. O rapaz es un álbum humano y humanista, un canto de esperanza hacia las nuevas generaciones y una vez más, y en esto sí que nada cambia, el enésimo motivo para considerar a su firmante casi un miembro más de la familia.