Lo confesaré desde la primera línea: yo siempre he sido muy de la ELO. Muy mucho, incluso. Cuando era lo más normal del mundo (¿recordáis aquel recopilatorio de título delirante, “Olé ELO”?) y cuando la modernidad, la avalancha punk y las distintas formulaciones del talibanismo musiquero los relegaron casi a la condición de placer culpable, de antigualla vacua y pomposa. ¡Pero si eran herederos directos de los Beatles! ¡Pero si Jeff Lynne reinventó a Tom Petty y George Harrison, y encima se permitió reclutarlos junto a unos tales Roy Orbison y Bob Dylan para formar los Travelling Wilburys, la mayor superbanda de la historia! Escuchaba este fin de semana la versión en directo de “Handle with care”, una de las canciones más rematadamente bonitas que caben en la imaginación, y no sabía si se me caía más la baba o las lágrimas. ¿En qué cabeza humana cabría hoy un monumento como “Living thing”, que aquí sueña con su esplendorosa introducción de violín virtuoso, tan vibrante y adictiva como hace 41 años? Jeff Lynne es un hombre mayor: conserva un aspecto estupendo y los andares algo patizambos, como perplejo ante todo lo que no sea música a su alrededor. Y conserva la tesitura intacta, aunque el timbre es más opaco, granulado, casi diría escéptico: “Twilight” o “Shine a little love” suenan aquí menos chisporroteantes, como teñidas de una sabiduría que se empaña inevitablemente de nostalgia. Habría sido maravilloso estar en Wembley esta noche del pasado mes de junio, pero es maravilloso vivirla desde la distancia en sonido e imágenes. Porque un hombre que a su edad aún es capaz de escribir “When I was a boy”, una de las piezas más redondas de sus cuatro décadas largas de magisterio, merece todos nuestros abrazos.