Van Morrison se embarcó hace ahora una década en una actividad discográfica abrumadora. Asistimos a un trajín tan enfebrecido de publicaciones que incluso los más fieles sufren para enumerar cronológicamente unos títulos que hasta ese momento atesoraban en su memoria con la precisión que un catequista reserva para los mandamientos de la ley de Dios (y aquí, a fin de cuentas, hablamos de divinidades laicas). Pero lo cierto es que, más allá de álbumes de versiones, tributos a estilos relevantes en los años mozos, grabaciones en directo, sesiones no editadas en su día o nuevos arreglos para temas ya existentes, Remembering now es el primer trabajo de autoría propia y material inédito desde What’s it gonna take (2022), un álbum que abrazaba todas las neurosis conspiranoicas de la pandemia y se volvía antipatiquísimo, a menos que decidiésemos olvidar hasta la última palabra que nos supiéramos en inglés.
Por todo ello, las 14 canciones que reúne este álbum nuevamente muy extenso (casi 70 minutos de reloj o, lo que es lo mismo, un doble elepé en la versión de vinilo) constituye una fiesta pantagruélica y una celebración gozosa y henchida de orgullo de ese 80º cumpleaños que llegará el último día de agosto. Porque representan el regreso del mejor Morrison posible, ese que, aun reproduciendo patrones, modelos y hasta esbozos melódicos ya conocidos, se convierte en un icono y un motivo de orgullo para la especie humana. Si hay motivos para enarbolar una vez más nuestro sentido del asombro, como pregonaba aquel álbum precioso de 1985 y parafrasea ahora el tercero de los nuevos cortes (Haven’t lost my sense of wonder), se encuentran sin duda en este generoso regalo crepuscular.
El genio siempre enfurruñado de Belfast acumula unos cuantos álbumes sintiéndose manifiesta y decididamente al margen de cualquier paradigma, digamos, moderno. Pero el tono de recapitulación que alienta estas músicas, sin ocultar en ningún caso su vocación nostálgica, tampoco oculta la mirada profunda y reflexiva de un hombre en el tramo final de su camino. Y toda esta confluencia de factores hace de Remembering now probablemente el álbum más asombroso de su ilustrísimo firmante en este cuarto de siglo que llevamos ya consumido del siglo XXI, por delante de joyas tardías como Down the road (2002), Keep me singing (2016) Three chords and the truth, de 2019. Porque en este último gran esfuerzo para la posteridad se quintaesencian todos los morrisons que hemos amado a lo largo de seis décadas, sobre todo el de su llamado “celtic soul” y el de los arreglos orquestales, absolutamente fastuosos en los soberbios dos cortes finales: Remembering now, con un aire grave, salmódico y evocador hasta los tuétanos, y los nueve minutos de Stretching out, que hace explícitos sus parentescos con otras oraciones largas como Summertime in England o Ancient highway.
Esos dos prodigios bastarían para poner larguísimos los dientes a los vanmorrisonianos de pura cepa, pero este álbum incluye además los dos mejores singles del norirlandés desde Days like this (1995), el adorablemente folkie Cutting corners y el alentador y precioso Down to joy, que conocíamos desde la banda sonora de Belfast (2021) pero no había desembarcado aún en ningún álbum. Y no dejemos de mencionar la insólita catarata de sentidas canciones de amor que encontramos con la sucesión de Back to writing love songs (otro flagrante single en potencia), The only love I ever need is yours (lirismo puro) y Once in a lifetime feelings. Como tampoco podemos obviar esa renovación de votos hacia su gran ídolo confeso, Ray Charles, que encontramos con If it wasn’t for Ray.
En realidad, todo es tan convincente, redondo y pletórico en Remembering now que cuesta mantener en la cabeza el detalle nada menor de que analizamos la obra de un hombre con cerca de medio centenar de referencias discográficas. No sabemos de dónde saca estas energías, cómo conserva una voz tan fascinante, de qué manera se las apaña para concebir los arreglos de metales, los dibujos de las cuerdas, los aullidos de ese Hammond. Puestos a buscar defectos, solo se nos ocurre el de la portada, que vuelve a ser de un feísmo terrorífico. Pero que todos los males sean esos.