Aquel chico vulnerable y sensible que nació en un pueblito de Alabama (Athens, no confundir con la ciudad de Georgia), el hijo del predicador baptista que de niño apenas conoció otra música que no fuera el góspel, ese rubito de aire desangelado que impregnaba todo con influencias negroides, ha vuelto por sus fueros. Recolocado en Rounder, una de la grandísimas factorías estadounidenses de música de raíz, y muy dispuesto a sonar esencial, crudo, auténtico y legítimo (un empeño que se refrenda incluso en esa tipografia gruesa y tosca de la carpeta y en el tratamiento áspero de un blanco y negro más desolador que lírico), el hombre nacido Mike Anderson elige un término equívoco, “Worthy”, para hacer hincapié en la idea de que no tiene nada que demostrar; en que su obra intensa, absorta y a calzón quitado es lo bastante elocuente en sí misma como para que él decline cualquier impulso de persuasión. Este soy yo, viene a decirnos, e igual mis canciones te sirven. O tal vez no, y tampoco hay problema en que traduzcas mentalmente el título como “Unworthy”: aquello que no merece la pena.
Worthy es, por todo ello, un álbum que no renuncia a las asperezas ni a los arañazos, y que se acaba filtrando a la memoria a partir de la exposición reiterada, porque evita evidencias, fórmulas coloquiales, atajos u onomatopeyas de karaoke. Qué va. Aquí encontramos 10 canciones profundas, doloridas, emotivas y resilientes, pero en ningún caso livianas. Baste advertir que la más radiable o memorizable es ese excelente corte inaugural, I’d do anything, que no deja de ser un medio tiempo denso, espeso y parsimonioso, aunque ya con todas las grandes características del lote: el equilibrio entre el desamparo y la resistencia, el aire confesional, una voz profunda y acongojada de tenor y esos metales que, siguiendo la estela y enseñanzas de Muscle Shoals (que le pillaba a un paso de casa), lo tiñen todo de emoción y trascendencia.
Coproduce otra vez su casi inseparable Dave Cobb (un clasicazo de la causa: búsquenlo en los créditos de sus vinilos de Brandi Carlile, Sturgill Simpson, Jason Isbell, Chris Stapleton y hasta el grandísimo John Prine), que además aporta unas guitarras profundas y plañideras. Y prevalecen los medios tiempos y las grandes baladas de soul (Never meant to hurt you o Chasing you son canciones atribuladas hasta en sus títulos), más allá de que el tema titular sí que agregue una pizca más de funk a su discurso de quebranto afectivo y desconsuelo sentimental, con ese “No merezco la pena” que el cantante se atribuye al final de cada estrofa.
East es dueño de un timbre frágil y precioso, que cada vez encuentra más similitudes con el de Ray Lamontagne: otro grande. Puede que Worthy no sea su álbum más accesible ni, desde luego, el más instantáneo, pero para eso siempre podemos regresar a Encore (2018), aquel segundo disco con el que se granjeó relevancia, admiración y una candidatura al Grammy. A cambio nos queda una sinceridad desnuda y desarmante.