A la altura de su ya ¡séptimo! trabajo discográfico, al valenciano Aberto Montero le ha salido un álbum efectivamente onírico, como induce a pensar el propio título, pero sobre todo reflexivo, taciturno y más bien desesperanzado, además de muy, pero que muy bello. Después de casi dos décadas de esfuerzos, el cantautor de Port de Sagunt parece resignado a estas alturas a que su obra no alcance la relevancia que él anhela y estas canciones sin duda merecen, y desde ese desasosiego interior que parece atenazarle asoman, casi desde la subconsciencia, temores como el bloqueo creativo, el olvido, la irrelevancia. Pero haríamos bien –por él y, ante todo, por nosotros mismos– en abrir los oídos de una vez por todas, si es que no lo hicimos antes con otras ocasiones tan propicias como las que nos brindaban Arco mediterráneo (2015) o La catedral sumergida, de 2018. Porque estas 15 canciones breves, precisas y poliédricas, pero siempre ultrasensibles, son una verdadera preciosidad.

 

A Montero le asiste desde el mismo arranque, con La posibilidad, una vocación trovadoresca, como de juglar atemporal y moderno, aunque su paleta de colores es reacia a las fronteras. La única línea roja que parece imponerse aquí es la de la no renunciar en ningún caso a la exquisitez. Por eso todas las esencias, influjos y ademanes provienen de fuentes particularmente fértiles y hermosas; en particular el sonido de Canterbury, especialidad de la casa evidente en momentazos como el de Castillos en el aire (otro ejemplo de inseguridades y desasosiegos), pero también el amor por los más nobles hitos del pop barroco de los sesenta, de los Beach Boys a The Left Banke, o, si agregamos unas gotitas de lisergia a la fórmula, incluso Love. Y ahí está una pieza como Otro amanecer para ejemplificarlo.

 

Alberto demuestra así un bagaje abrumador, tanto desde el punto de vista personal como en el territorio de la melomanía. Rebasa su propia área de seguridad en el caso de Nube violeta, de armonías vocales enrevesadas y lindísimas por cortesía de la pareja peruana Alejandro y María Laura, ahora afincada en territorio valenciano. Se adentra en una congoja y aplica una suerte de psicoanálisis a veces tan explícito como en la torturada Tengo que empezar. Y bebe tanto en fascinaciones infantiles (La campana se dice basada en un cuento de Hans Christian Andersen) como adultas, si pensamos en el ascendente que Lucio Battisti ejerce sobre Cae la noche, justo el capítulo final. Alberto Montero culmina así un autorretrato que le muestra como hombre frágil y quebradizo, pero anhelante de compartir este abrazo sonoro absolutamente delicioso.

2 Replies to “Alberto Montero: “Ciudad dormida” (2024)”

  1. En la misma onda mediterránea de sus paisanos Remigi Palmero, Tórtel o el gran Julio Bustamante, un disco fabuloso de principio a fin que, por supuesto, no aparece en ninguna lista de lo mejor de 2024.
    Y Alberto Montero es un músico infravalorado que acabará por ser reconocido porque el tiempo, casi siempre, pone las cosas en su sitio.

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