Pocas conmociones televisivas dejaron mayor huella en miles de retinas que la irrupción de Christine and the Queens, un par de años atrás, en el programa de Jools Holland. Interpretó Héloïse Létissier para la ocasión “Tilted”, pieza hipnótica y adictiva, y la conjugación de esas descargas electrónicas y los movimientos corporales de la artista y sus bailarines, aquellos maromos que entraban y salían del foco y se retorcían como si fueran juncos, resultaba fascinante, absorbente. Inolvidable. Aquel primer disco, “Chaleur humaine”, a día de hoy parece historia, porque este “Chris” lo supera en todo. Héloïse parece haber entrado en un arrollador estado de gracia y se reivindica como una artista con talento, carisma, inspiración, personalidad, ocurrencia, embrujo, discurso, capacidad de provocación. Como si todo lo mejor de Madonna y Michael Jackson, pongamos por caso, confluyera en su figura andrógina y en ese discurso radical y maravillosamente “queer”, en el que las distinciones tradicionales de género se difuminan y donde la atracción no sabe de hombres y mujeres, sino de determinaciones. “Chris” es un álbum atrevido, honesto y seductor en lo temático, pero, por encima de todo, irresistible desde el ángulo musical. Deslumbrante de producción, directo en arreglos, magnífico en cuanto al aprovechamiento de la electrónica, inspirado en la capacidad de crear melodías para bailar, tararear e integrar en nuestra memoria sonora. “Five dollars” y “Girlfriend” ya eran dos sencillos excelentes, por su aprovechamiento de los recursos del r&b y la música de baile de los primeros noventa: a veces, parece como si Christine estuviera ahora más interesada en Janet Jackson que en Michael. Pero el resto no desentona. “Comme si”, “Goya soda” o “Doesn’t matter” son salvajemente buenas. McCartney y Elton John ya han dado sus bendiciones. No es para menos.