Javier Almazán, el hombre que se esconde tras el epígrafe de Copiloto, se lanza sin ambages por la pendiente de la melancolía, las grisuras del ánimo y la introspección, aun a sabiendas de que el viaje acabará saldándose con no pocos arañazos. Hace apenas un año, el cantautor oscense domiciliado en Zaragoza había hecho balance de sus tres lustros de trayectoria con Fundamental, una reelaboración de sus páginas más reseñables, por su cuenta o en compañía de invitados ilustres, pero Interior/noche evidencia ahora que quiere seguir mirando hacia delante y apuntalando una trayectoria tan sugerente como (¡ay, las periferias!) poco divulgada entre el gran público. Es un paso al frente en lo artístico y una mirada retrospectiva en lo argumental, porque este séptimo álbum asume sin rodeos la condición de disco conceptual sobre un descarrilamiento amoroso del que su protagonista, por lo que le escuchamos y percibimos, sale magullado. Y esas cosas duelen, claro; así que la crudeza franca del discurso conduce por nuestra parte a la empatía.
Al circunspecto y atribulado Almazán le ha salido un álbum sombrío, pero es evidente, hasta en la presentación del trabajo (la mirada nostálgica y perdida, el vestuario en negro, el claroscuro, la taza vacía que luce en el interior), que no pretende paños calientes ni conmiseraciones, sino solo desahogo y franqueza. O, como diría aquel, honestidad brutal. El problema de los discos de ruptura es que nunca podrán compararse con el canónico, inalcanzable y superlativo Blood on the tracks, ni siquiera con aquel Tunnel of love con el que comprendimos que no todo eran horas dulces en el universo springsteeniano. Pero Copiloto asume una dialéctica taciturna y un envoltorio sonoro intencionadamente parco: las canciones sangran y hasta supuran cuando las pérdidas se le clavan a su firmante en lo más profundo del corazón, pero también de las entrañas.
El relato merece que se siga en su integridad, porque estas nueve canciones casi sirven como ejemplo clásico de planteamiento, nudo y desenlace. Pero ni ocultan ni dulcifican la desazón: ya el corte inaugural, Contacto cero, evidencia que el final de la historia no será ni feliz ni amable. Y así va avanzando el discurso hacia la consumación de la catástrofe con El elegido («El plan es llorarlo hasta que no duela», «Ya no tengo tu amor, pero tengo memoria») o la teórica generosidad con la amada ya irremediablemente ausente en Una calathea: «Verte feliz me hace feliz aunque no sea conmigo».
La congoja en el afligido firmante de esta muy cinematográfica noche de soledad entre cuatro paredes se sustancia con páginas de ritmo parsimonioso y estribillos púdicos o casi inexistentes. Solo pierde un poco el pulso Javier cuando incurre en la autocompasión o un reproche casi juvenil, que afloran en Estúpido («El odio y el rencor me dan alivio / Hacen de este un camino más sencillo») y se mezclan con la rabia y la impotencia de Haces magia: «¿A quién besarás desnuda por debajo de la manta?». Ese punto de enojo nos aleja del discurso, aunque el rumbo se endereza con la redención final, tan deseable, de Amanezco, ese momento en que las tiritas parecen haber contenido la hemorragia: «Y así, cuando vuelva el amor, amaré mejor».
He aquí un álbum hondo y profundo; tristón, contemplativo y a calzón quitado. Abracemos la causa de Copiloto, más allá de sus logros o sinsabores afectivos, y aprovechemos para googlear en busca de su sección Canciones que nuestros nietos deberían conocer para el Hoy por Hoy de la Cadena SER en Aragón, un precioso ejercicio de melomanía militante y un guiño manifiesto al libro de Mark Oliver Everett, de Eels. Cómo no apreciarle y abrazarlo.