Es casi igual de inexplicable que una banda tan rematadamente brillante como Counting Crows haya desaparecido hoy de casi todos los radares como que hace poco más de 30 años se convirtiera en una de las formaciones más populares del planeta con aquel prodigio, August and everything after (1993) cuyo supuesto potencial comercial era indetectable. Pero la vida es así de incierta y caprichosa, como sin duda ha interiorizado Adam Duritz, que ni siquiera apela a la resignación sino solo a la sorna. Porque este Butter miracle…, que pone fin a un prolongadísimo paréntesis de 11 años sin nueva música de nuestros Cuervos (Somewhere under wonderland se remontaba ya a a 2014), es una sabrosísima entrega de material de primera categoría, a la altura de las mejores cotas de los californianos, aunque en su fuero interno sospechen que el mundo a estas alturas no se va a tomar la molestia de aguzar el oído.
Duritz deja el discurso donde lo dejó, repitiendo incluso con el mismo productor, Brian Deck (Iron & Wine, Modest Mouse, Fruit Bats…), que había dirigido las operaciones en Somewhere… Pero, puestos a tirar de varita mágica, el jefe de la formación californiana accede a brindarnos dos de las composiciones más instantáneas, adictivas e incluso sardónicas de su carrera, las adorables Under the aurora y Spaceman in Tulsa, tan propicias al tarareo no ya como la archiconocida Mr. Jones sino como aquel Rain king que también asomaba por el primer elepé. Y a partir de ahí, completa el menú con otras siete joyas de rock americano de alto voltaje, despliegue de guitarras incisivas (With love, from A-Z), inesperadas trompetas fronterizas (Angel of 14th street) y la impresión de que el magisterio de Adam en la escritura no tendría gran cosa que envidiarle a Springsteen (su ascendente salta de manera flagrante al oído en Bobby and the Rat-kings) o a Robbie Robertson.
Pueden venirnos otros nombres de firmantes ilustres a la cabeza, sobre todo el emocionantísimo acercamiento en The tall grass a los R.E.M. a la altura de, supongamos, New adventures in hi-fi (1996), mientras que el nombre de John Mellencamp nos viene a la cabeza mientras escuchamos Elevator boots. El mundo seguirá haciéndose el despistado con nuestros queridos Cuervos de San Francisco, pero este agridulce, reflexivo, literario y hasta casi existencial Butter miracle. The complete sweats! merece figurar, de lejos, entre los dos o tres mejores títulos de su trayectoria.