Admitámoslo: a muchos, allá por 1991, se nos coló este debut de los Dummies por toda la espalda. No supimos de las aventuras de estos muchachos de Winnipeg hasta más de un par de años después, cuando desembarcaron con su segundo álbum, God shuffled his feet, aquel que incluía las dos mayores joyas de su discografía: Afternoons & coffee spoons y, sobre todo, Mmm mmm mmm mmm (¿premio al mejor título en la historia del pop?). Pero aquel efímero destello de gloria no provenía de la nada, sino de un estreno acaso más modesto, pero puede que igual de encantador.

 

Las coordenadas que luego no fascinarían, aunque fuera brevemente, en pintoresco hábitat de CTD ya estaban aquí. La voz de barítono de Brad Roberts, identificable entre un millón, era la primera; pero influía casi tanto en la fórmula esa querencia suya, real y figurada, por la media sonrisa, la socarronería, el argumentario disparatado. La sorna, en contenido y hasta en iconografía, ya estaba presente aquí en la muy pintoresca Superman’s song, que inauguraba otra costumbre también rara como ella sola (y como ellos solos): escoger una canción lenta y reposada como primer sencillo. Mmm… era imbatible en ese perfil, claro, pero el delirante paralelismo entre Tarzán y Clark Kent ya era pura socarronería.

 

En general, The ghosts… era más acústico, puro, intimista y hasta entrañable que sus sucesores; incluso en la segunda mitad del álbum se aproximaba al folk con algún que otro devaneo tabernario y medio irlandés. Los Dummies eran jocosos hasta en el bautismo, referido a esos muñequitos hinchables que utiliza la industria del automóvil para probar la resistencia de los vehículos. Pero su socarronería había que tomársela muy en serio. En el mismo año en que las guitarras rabiosas y el existencialismo precoz de Kurt Cobain lo impregnaban todo, unos jipis canadienses colocaban sobre la mesa una ingeniosa alternativa. La mecha acabaría perdiendo vigor, porque del tercer disco en adelante solo hemos encontrado destellos. Pero los jóvenes Dummies eran un amor. Y la distancia en el tiempo lo corrobora.

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