Al principio, cuando aconteció el desaguisado del ictus, temimos que nos quedáramos para siempre sin el gran Edwyn Collins. Terminamos respirando aliviados unos meses después, pero dimos por hecho que su sabrosísima trayectoria discográfica, que se remonta a los tiempos joviales de los indispensables Orange Juice, había tocado a su fin. Y resulta que este Badbea consta ya como la tercera entrega tras el maldito episodio aquel de 2005, con la peculiaridad de que la trilogía ha seguido una línea ascendente y acaricia aquí la excelencia. A Collins no le importa retratarse en portada como un hombre encorvado que se sustenta sobre un bastón, sujeto a los límites de un cuerpo maltrecho. Pero el interior es una lección intensiva y comprimida de cuatro décadas de oficio en los misterios de la canción. No podía empezar mejor este trabajo que con It’s all about you, pieza de seducción instantánea que recurre a unos metales con regusto a northern soul, igual que en Glasgow to London las trompetas se entremezclan con un ritmo de sintetizadores turbios. Pero Edwyn Stephen no le ha perdido el pulso a la balada, especialidad histórica que aquí arroja resultados como “It all makes sense to me” y, sobre todo, “Beauty”, quizá lo más estremecedor que nos ha legado en estos años de prórroga, de celebración vital por encima de limitaciones y adversidades. Collins canta con entonación imprecisa y dicción algo pastosa, pero hay tanta verdad en esas líneas, tanta emoción frente al micrófono, que solo nos queda conmovernos. Es una tónica bastante extendida durante toda la entrega, que ha tardado seis años desde su antecesora (Understated, 2013) y evidencia que todo resulta ahora más laborioso. Pero nada podemos reprochar; solo felicitarnos de que aún nos sigan cayendo pedreas como Sparks the spark, una nueva apoteosis para el tarareo.

 

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