Leslie Feist nos ha acostumbrado a las grandes expectativas, acrecentadas por el hecho de que sigue tomándose su buena media docena de años en concluir cada nueva entrega y en que ninguna de las cinco anteriores había dejado indiferente a nadie ni rebajado la nota por debajo del notable. Pero Multitudes no se conforma con estar a la altura de sus antecesores, sino que crece y se agiganta hasta alcanzar la condición de excepcional. No hay nada circunstancial ni rutinario en estas 12 piezas de belleza abrumadora y contenidos complementarios, porque su variedad tímbrica, dentro de la intensidad emocional, es admirable.

 

Habrá influido que la musa canadiense ha escrito no ya solo bajo los influjos de la pandemia, que también, sino condicionada por dos impactos anímicos tan relevantes como la muerte de su padre y la adopción de una hija. De esta manera, Multitudes adquiere un halo de trascendencia, por el contraste frontal entre los sentimientos de pérdida y de plenitud, y la voz angelical de su protagonista alcanza fronteras íntimas y conmovedoras. Lógico que la cantante y compositora haya optado por la intimidad de un pequeño estudio concebido para la ocasión al norte de California, con un equipo de productores en que incluye a eclécticos geniecillos contemporáneos como Mocky y Blake Mills.

 

Que nadie se deje condicionar por la sacudida enfática de In lightning, una pieza inaugural que integra voces agudas, gritos en el cielo, percusiones violentas, guitarras asilvestradas, arrebatos electrónicos y algún frenazo en seco. El ideario y las enseñanzas de Björk están bien presentes en esta inauguración de la fiesta, espectacular pero equívoca, puesto que el discurso no sigue para nada esos derroteros a partir de Forever before, balada en levitación, celestial y lindísima, como con los pies despegados del suelo. Al menos hasta que, ya hacia el final, una guitarra acústica con mucho pellizco hace las veces de toma de tierra.

 

El arpegiado del tercer corte, el devastador Love who we are meant to, es bellísimo y remite por vía directa al mar del Norte, Nick Drake y el folk británico, por más que unas lánguidas cuerdas aporten otra textura más algodonosa a un minuto del final. Es un espíritu contemplativo que se prolonga con Hiding out in the open y The redwing, piezas parsimoniosas, con amor por el espacio, visión panorámica y margen para el silencio. Entre el sosiego, el retraimiento, el dolor y la contemplación, Leslie no incrementa de manera decidida la munición hasta la deslumbrante Borrow trouble, solemne y de ritmo tirando a marcial, muy bien trenzada en sus mimbres épicos y sus juegos vocales casi onomatopéyicos.

 

Quedan aún al menos un par de sorpresas maravillosas: la de Martyr moves y su aire casi pastoral, guiado por un flautín; y, sobre todo, ese vals que, a modo de colofón tristísimo pero redentor, convierte Songs for sad friends en una despedida más honda incluso que el resto del álbum. Una barbaridad, en la mejor de las acepciones.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *