Mutable set es la crónica de un geniecillo en su rincón de pensar. El californiano Blake Mills ejerce como guitarrista brillantísimo y le sobra el trabajo tanto en su faceta de músico de estudio como en la de productor (pregúntenle a Fiona Apple o John Legend), pero el bullir de su imaginación llega más allá. Y cuando asume el papel protagónico, como es ahora el caso, resulta tan inaprensible como fascinante. Nunca sabemos bien hacia dónde va a tirar, cuál será la dirección que tome su discurso. Pero existe una alta probabilidad de que nos conduzca hasta un lugar poco frecuentado y extraordinariamente estimulante.

 

Los primeros dos minutos de Never forever, situado como tema inicial, son etéreos hasta bordear lo indescifrable. Parecen ambient de baja intensidad (permítase la redundancia), un paréntesis abierto antes del comienzo del primer párrafo. Hasta que irrumpe la voz de Mills, que siempre es poco más que un susurro. Y entonces, de pronto, todo torna a colocarse en su sitio. Y Mutable set se convierte en una compañía extraordinariamente placentera. Un murmullo cómplice, aun desde la plena consciencia de que el mundo, lejos de las márgenes de este disco, es un territorio de dolor. 

 

Tanto la bellísima e inquietante May later como la intimista y musitada Summer all over optan por el vals para simbolizar rítmicamente el sosiego, la melancolía, la sensación de que en Mutable set no solo obtendremos una compañía musical, sino también un refugio. Blake nunca eleva la voz: prefiere que le sigamos de puntillas, para no despertar a nadie. Pero los que hemos de dar la voz de alarma, por solidaridad con los allegados, somos nosotros: sería muy egoísta no avisar de la hermosura que anida en sus surcos.

 

Mills puede ser, no lo olvidemos, más experimental que todo esto. Ahí estaba su breve y enteramente instrumental Look (2018) para demostrarlo. Aquí, a fin de cuentas, enarbola el formato de canción, aunque en hasta cinco cortes sea compartiendo autoría con un músico tan intrigante como Cass McCombs. En uno de ellos, Vanishing twins, asistimos a la colisión entre una guitarra eléctrica distorsionada y el llanto de un cuarteto de cuerdas. El pianista Gabriel Kahane también colabora, en firma y ejecución, en la delicadísima y crepuscular Farsickness.Mirror box, el único título instrumental, vuelve a optar por el vals para una melodía tan extraordinaria que podría acompañar unos títulos de crédito de Jim Jarmusch. Todo transcurre despacio en Mutable set, como involuntaria banda sonora para nuestras vidas recientes. Pero no le concedan solo una escucha, por favor. Este disco es un cofre repleto de tesoros.

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