¿Nos hemos hecho ya a la idea de lo manifiesta, escandalosamente bonito que es el cuarto disco de estas bellas hermanitas suecas? “Ruins” no es el-consabido-álbum-de-ruptura, o no se limita a constatar de manera más o menos lánguida, compungida y lacrimosa los desaguisados del desamor. Tampoco sirve solo como exhibición de músculo en los créditos, por mucho que un vistazo al libreto evidencie una agenda fabulosa y las holguras económicas propias de quienes militan desde hace un lustro en una multinacional. Por estos surcos desfilan Peter Buck (REM), McKenzie Smith (Midlake) o Glen Kotche (Wilco), y fue Tucker Martine, el productor de The Decemberists o My Morning Jacket, quien decidió llevarse hasta la divina Portland (la capital de Portlandia, para los seriéfilos) los bártulos de grabación. Pero todo ello no sería más que currículum y palabrería si las Söderberg no hubieran acertado con diez canciones maravillosas. Johanna y Klara (esta última, a lo que se ve, la del corazón devastado) se erigen aquí en competencia directa de Emmylou y una angelical versión femenina de los Everly Brothers; en la alternativa más ilusionante y razonable a otra pareja de nórdicos, Kings of Convenience, en este caso no fraternal pero también deliciosa. “Postcard” es un single nostálgico, campestre y ejemplar; “It’s a shame” o “Ruins” nos sitúan ante unas autoras mayúsculas y sofisticadas, y hacía mucho que la cara B de un elepé no abría con tanto tino como “My wild sweet love”. A la altura de “The big black & the blue”, su debut de 2010, parecían un dúo simpático y entrañable. Pero ahora juegan en otra división. Ahora, visto lo visto, se han vuelto sencillamente enormes.