El pianista tarraconense Lluís Capdevila se hizo merecedor de las codiciadísimas becas Leonardo Grant, de la Fundación BBVA, para hacer posible esta preciosa traducción de algunas partituras de Frederic Mompou al lenguaje del trío jazzístico de piano, con el italiano Luca Santaniello (batería) y el contrabajista griego Petros Klampanis como aliados necesarios, recurrentes, cómplices y a estas alturas ya inseparables e inexcusables. Y su proceso de interiorización de un repertorio ajeno, para aprehenderlo, asimilarlo y transformarlo en un material personalísimo, se nos acaba antojando fascinante.

 

El ilustre músico barcelonés (1893-1987) fue uno de los compositores cultos para piano más importantes que conoció España a lo largo del siglo pasado, pero el eco de su obra a menudo se difumina en cuanto nos alejamos de las coordenadas geográficas catalanas. Capdevila saca provecho de esas partituras quedas, sencillas, contemplativas y muy vinculadas con los conceptos de intimidad y silencio; las escudriña de manera rigurosa, pero acierta a imprimir al repertorio un swing muy natural e inesperado. Cualquiera que, por ejemplo, escuche IV sin una mínima información de contexto encontraría plausible que se tratase de una pieza recién alumbrada, y ahí radica el absoluto encanto de esta iniciativa: la capacidad del pianista de Falset (en el Priorat de Tarragona) para mimetizarse con esa ilustre firma a la que ha querido rendir un respeto pleno y monográfico.

 

Capdevila transita así por su séptima entrega discográfica mientras se adentra en ese periodo de inflexión vital y anímico de los 40 años, con un currículo tan soberbio como mal conocido y peor divulgado. Puede que en su fuero interno, o incluso en el feliz limbo del subconsciente, Lluís se identifique con el compositor de la Sinfonía azul porque vea en él otro buen ejemplo de creador brillante que hubo de esperar pacientemente que le llegasen los encargos y la gloria.

 

Al autor de álbumes tan estimables como Social o Cinematic radio, un artista de solidísima formación académica y vital en Nueva York, le falta aún el espaldarazo de los grandes escenarios peninsulares, pero con Mompou ha conseguido no ya una recreación, sino una asimilación. Sad bird (el vídeo, en el derruido balneario de Cardó, aporta unas evocaciones fascinantes) o Gypsy son obras absorbidas de tal modo que no parecen versiones. Pero, tras un recorrido de 40 minutos, el piano de Capdevila ofrece en solitario una esclarecedora lectura de Adéu, el original de 1911 del que proviene el primer corte, I, de ese Mompou revisited. Así se cierra el círculo y se amplía el asombro: porque Lluís engrandece y redimensiona a Frederic desde el amor, el respeto y la admiración.

 

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