Pasan los años a la velocidad de un vuelo trasatlántico, y en esas caemos en la cuenta de que Herman Dune andan ya inmersos en la celebración de su vigésimo aniversario; si preferimos acotar un recuento, más de una década desde aquel disco decisivo y en riguroso sonido monoaural, Not on top, que nos voló la cabeza allá por 2008. Han cambiado cosas desde entonces; la principal, además de las canas, que David Ivar lleva tres trabajos operando como artista en solitario, lejos ya los tiempos en que compartía banda con su hermano (André Ivar) y el batería Omé. La soledad y los gatos no hacen sino acentuar el carácter misántropo y bohemio que late en la música de Herman Dune, un aire casero, artesanal y profundamente íntimo que hace de Notes from Vinegar Hill un trabajo de acentuado talante acogedor.

 

Es cierto: David siempre ha ido por libre. Sobre todo, si tenemos en cuenta su condición de parisino, una ciudad que no suele ser muy receptiva hacia los artistas que adoptan la expresión anglófona. Pero su amor por la canción de raíz y hechuras clásicas no solo condujeron a este Dylan barbado, desaliñado y huraño a expresarse en inglés, sino también a mudarse hace cinco años a San Pedro (California), más en concreto al barrio que da título a esta docena de canciones. Gestadas casi en soledad, salvo el decisivo pedal steel de su íntimo Spencer Cullum III y las aportaciones vocales de Caitlin Rose y Mayor, pareja de David.

 

Si unimos que la grabación se sustanció durante el confinamiento, es evidente el carácter hogareño y hasta confesional que late en gran parte de estos surcos, por los que transitan el espíritu de Tom Waits (People say I could have done great things) y Dylan (en Freak out til the morning dew y, en realidad, casi todo el repertorio), aunque el tema de apertura, el adorable Say you love me too, incorpora unos inesperados metales que le conceden un aire a la Caledonia Soul Orchestra de Van Morrison. En cualquiera de los tres casos, bien se ve, palabras mayores.

 

Ivar es un tipo fructífero, inspirado, con los códigos del americana metidos ya en el torrente sanguíneo. Hay muchas canciones aquí de esas que llegan para quedarse, de las que parecen escritas de antemano y gravitando en el aire a la espera de que algún trovador las atrape y sustancie. Heartbroken & free, por ejemplo, nos retrotrae hasta al menos los años cincuenta, mientras que Scorpio rising parece un inédito de The Band con batería a piñón fijo.

 

Como epílogo entrañable se incluye una duodécima canción, la única que no cuenta con la rúbrica de David. Se trata de Long Monday, versión del gran John Prine, otro de los caídos en la terrible nómina de víctimas por covid. Pese a la bohemia y los gatos, Ivar es un tipo al que no le cabe el corazón en el pecho.

 

 

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