Nos hemos habituado ya, aunque no haya sido sencillo, a pensar en Julia Holter como la chica rara del vecindario, y Something in the room she moves no hace otra cosa que refrendar esa catalogación. Disco tan hermoso como escurridizo, por esa tozuda evanescencia y una proverbial alergia a los cánones estilísticos preestablecidos, el sexto trabajo de la californiana apuntala algunas de sus características más absorbentes; en particular, un sonido volátil y ensoñador, como en permanente levitación (Sun girl), y esa voz cándida, sensible y admirable que provoca atracción y cercanía incluso cuando –como sucede las más de las veces–parezca cantar silabeando a media voz entre tenues trompetas, saxos y sintetizadores (These morning).
Es difícil encontrarle parecidos a los ejercicios de vanguardismo más osado: Meyou es una sucesión de lamentos femeninos a capela que invoca rituales ancestrales y arcanos y podría recordar remotamente a experimentos corales como los de las irlandesas Anúna, solo que en versión de minimalismo extremo. En comparación, Spinning, con su percusión obsesiva y machacona a media velocidad, casi parece una canción plausible para sonar en la radio, sobre todo porque se vuelve más hipnótica y envolvente tras cada rueda armónica. Es en estos momentos más articulados cuando nos surge la tentación de comparar a Holter con una Kate Bush de tesitura grave o, por actualizar las referencias, a una hermana mayor de Caroline Polachek. Pero ya decimos que con esta mujer no resulta sencillo delimitar el territorio. Ahí están los sintetizadores ululantes y cósmicos de Ocean, que hibridan a Brian Eno y Vangelis hasta colisionar con un clarinete asustadizo y sepulcral.
En cualquiera de los casos, que nadie se asuste: los océanos de Holter son cautivadores. Y le siguen los susurros más cordiales de Evening mood, con esos bajos sin trastes a los que Bush sacaba tanto provecho en álbumes como The sensual world (1989). Holter ahonda en temas trascendentales –la recién estrenada maternidad, la muerte trágica de un sobrino– para rearmar un repertorio fascinante y huidizo, difícil para los estándares presentes pero muchos cuerpos por encima de las medianías imperantes. En última instancia, apáguenlo todo a su alrededor y déjense llevar.