Rara vez la vieja cantinela de la cara, el alma y el espejo se cumplió con tanta precisión como en el caso de Jay-Jay Johanson. El sueco es un chico triste que nunca ha dejado de cantarnos cosas melancólicas con esa embriagadora voz de pena. Y al que la tristeza parece salvaguardarle, como la más prodigiosa de las cosméticas, de los rigores más comunes de la edad: sorprende reparar en el detalle de que este Kings cross llama a nuestra puerta dos décadas después de aquellos adorables Whiskey (1996) y Tattoo (1998) con los que comenzamos a tener noticias de este Jäje Johanson, y que el personaje que nos contempla desde las respectivas portadas no ha variado su aspecto lánguido, de vida interior razonablemente atormentada y edad indefinida. La realidad de las biografías oficiales dice que nuestro cantautor electrónico escandinavo llegará este otoño a la cincuentena, y la tentación zodiacal nos susurra al oído que Jay-Jay solo podría haber venido al mundo, en efecto, en un mes como octubre. Porque Kings cross es, vuelve a ser, un álbum adorable por parte de un crooner posmoderno al que le pesa la vida, pero ilumina paradójicamente las nuestras con sus cantos de dolorida belleza. La principal novedad aquí radica en el primer sencillo, Heard somebody whistle, que el de Trollhättan quiso poner en circulación digital el 14 de febrero, por aquello de no resistirse al guiño del santoral. El tema, ligeramente subido de pulsaciones para los estándares de nuestro rubio apocado, se decanta por el jazz electrónico e incluye, en efecto, un silbidito de lo más adictivo. Para el resto del generoso repertorio, un total de 12 canciones presas del sosiego, regresamos a los estándares habituales de nuestro hombre contrito. Hay un par de colaboradores ilustres, Robin Guthrie (Cocteau Twins) en Lost forever y la excelente voz de Jeanne Added para Fever. Oportunidades de pensar en un Chet Baker contemporáneo en We used to be so close. Preciosidades a cámara lenta como Old dog, con el añadido de unas cuerdas plañideras. Y un remate en clave de trip hop para Dead end playing. Todo muy desolador. Todo muy contrito, pero irremediablemente hermoso.