Con eso de lucir un nombre tan ilustre, es imposible no asociar de inmediato a Javi Ruibal como el hijo de uno de los cantautores más ejemplares que ha dado este país. Pero su labor en la doble condición de percusionista y productor (entre otros, del propio Javier Ruibal) merece consideración al margen de lazos familiares, y más ahora que refrenda y consolida su faceta artística en primera persona con este segundo álbum en el que desarrolla un jazz melódico, ecléctico y, sobre todo –haciendo bueno el título del trabajo–, iridiscente. Ocho composiciones luminosas y accesibles, dentro del refinamiento propio del género y del firmante, con las que adentrarse en un universo placentero y cautivador.
A nuestro Ruibal joven le agrada la idea de los álbumes temáticos o conceptuales, aunque el hilo conductor sea más fino y discursivo que estrictamente sonoro. Si para su estreno como artista en solitario (Solo un mundo, 2019) apeló a la ecología, la preservación del planeta y hasta el compromiso de plantar un árbol por cada disco que despachaba, estos cinco años largos transcurridos desde entonces le han servido para desarrollar una especie de suite en ocho movimientos sobre otras tantas figuras femeninas que sirven como musas e inspiradoras, pero sobre todo como ejemplos de tenacidad, sabiduría, constancia y amor propio. Virtudes, en suma, que el propio Ruibal quiere hacer suyas puesto que (y esto lo decimos nosotros) todas ellas las cumple cabalmente.
Hay apelaciones a mujeres reales, algunas tan extraordinarias y poco reivindicadas como Valentina Tereshkova, la primera astronauta de la historia, a la que se dedica la cósmica y expansiva Valentina. En otras ocasiones, Javi araña la belleza a partir de damas figuradas y evocadoras, como una deidad mexicana, una sirena o la encarnación del otoño. Y la mezcla de elementos, procedencias, músicos y hasta fechas y lugares de grabación multiplica exponencialmente el eclecticismo de una obra que se asienta en el jazz-fusión europeo, pero a la que se le escapan, para alegría de todos, arrebatos aflamencados e incursiones en las músicas del mundo.
A sus 41 años, nuestro gaditano de El Puerto de Santa María atesora ya el suficiente bagaje y conocimiento como para no escatimar energías: Luz se ha ido macerando y apuntalando durante tres veranos de grabaciones por Cádiz, Sevilla y Ciudad de México, desde junio de 2021 a julio de 2024, y, aun partiendo de un cuarteto básico –piano, contrabajo, vientos y percusiones–, pone en liza a otras dos docenas de amigos, colaboradores y cómplices. Ventajas de sumar dos décadas en el oficio, aunque a menudo sea entre bambalinas o en la parte menos iluminada del escenario: cuando tira de agenda, Javi puede convocar a tipos tan enormes como el laudista Amir John Haddad (Lubna) o el siempre atareado teclista David Sancho, responsable de los teclados espaciales de Valentina.
Javi es de los que aún cree en el valor irrenunciable de la música como fuente de energías positivas y favorecedoras para nuestro desarrollo como seres humanos. Por eso Luz resulta de entrada alentador para acabar erigiéndose en una motivación sonora ilusionante. Hay durante estos tres cuartos de hora abundante espacio para los instrumentos, melodías radiantes y una manifiesta ausencia de prisas. Así tendría que ser (casi) siempre.
Este disco es infumable, digo yo que venderá aprovechando su apellido. Pero de jazz poco y malo.
Excelente disco de Javi Ruibal.
Gracias por mostrarlo.