No asoma este disco aquí porque su publicación y difusión sea iniciativa del periódico en el que colaboro con regularidad, aunque tampoco seré yo quien desanime a los diarios a que contribuyan a ese fenómeno hoy casi paranormal que es la edición discográfica. Asoma porque, habiendo asistido aquel 19 de junio a la sesión nocturna del Café Berlín, merece mucho la pena que perdure este testimonio, al menos parcial, de la magia. Ese nuevo Berlín de la Costanilla de los Ángeles, un sótano bien profundo que fue tugurio diverso y escenario de muchos besos furtivos entre iguales, es ahora un local cuco, coqueto, que suena francamente bien y propicia una cercanía casi de carantoña. He visto ya un puñado de conciertos memorables en su aún corta historia reciente, y el de Carmona y Colina figuraba, sin duda, entre ellos. Porque se amoldan el uno al otro y encajan como dos piezas de puzzles diferentes. Porque se relacionan con la guitarra y el contrabajo no como si fueran herramientas de trabajo, sino parejas de baile. Porque las composiciones de Josemi son flamenco fresco y libérrimo. Y porque ninguno de los abundantes invitados dio la sensación de que pasara por allí, sino que sentía el compromiso con la causa. Juan Perro y Pedro Guerra son los dos nombres más ilustres y resuelven sus comparecencias con más corrección que lustre. Pero da gusto vislumbrar de cuánto será capaz Sandra Carrasco. Y lo de Antonio Serrano fue, y es, estratosférico: no es posible visitar una melodía un millón de veces frecuentada, la de ‘Moon river’, y encontrarle tantos meandros como él, acariciarla con tanta belleza. Escuchen, si gustan. Ya verán.