No pasa el tiempo por este disco bárbaro, corajudo, en gracia, que cumple años y más años a sabiendas de que nos sobrevivirá con esa holgura insultante de las obras inequívocamente atemporales. Casi toda la parroquia había descubierto a Lucinda Williams por su espléndido álbum homónimo de 1988, que, como buen disco sin título, parecía ser el debut y era en realidad ya el tercero. La pista se difuminó cuando en 1992 entregó Sweet old world, muy interesante pero más desubicado. Y el reencuentro llegó, ya para siempre, con esta colección fabulosa ya desde el título, en el que se aunaban todos los significantes y significados, las denotaciones y las connotaciones: la carretera, las expediciones nocturnas, los caminos secundarios, las rutas poco frecuentadas, la autenticidad, la huella, el desamor, el pálpito del descubrimiento.
Ay, el sur profundo; esa Arcadia. Habíamos dejado a Lucinda una década atrás como una estupenda cantante de country-rock: era imposible dejar de escuchar Passionate kisses, una de esas canciones perfectas que luego popularizó Mary Chapin Carpenter, otra dama que suma décadas rubricando primores a puñados sin que muchos se acaben de enterar. Pero la mujer que derrapaba ahora en la gravilla tenía fuego y furia en la voz raspada; enseñaba el colmillo y la carne, dejaba hueco a la ternura pero exhibía un temperamento abrumador, intimidatorio, fascinante.
Basta leer en los créditos un título como Metal firecracker para intuir, quizá para saber con certeza, que iba a ser una fabulosa llamarada. Lo era. Lucía ya no era campestre, sino profunda, turbia, embaucadora y, llegado el caso, cazallera. Lake Charles (homenaje a su ciudad natal, en Luisiana: ¿hemos hablado de la importancia del sur?) o Drunken angel, eran narraciones en la tradición springsteeniana, que por algo coproducía Roy Bittan. Pero todo encajaba en su sitio, sonaba esencial y moderno. Hoy funciona casi como un Grandes éxitos: no hay manera de saltarse nada, de bajar la nota media. Con la autenticidad legítima de quien sabe quién es y de dónde proviene, pero no quiere incurrir en los tópicos. Por eso seguiremos reincidiendo todas las veces que sean necesarias.
Magnifico disco y estupenda reseña, sólo añadir que Drunken Angel esta basada (y dedicada) en Blaze Foley otro forajido de la americana.
Esperemos que vuelva a España pronto.
Buena anotación, Enrique, en efecto. Gracias por la lectura y el comentario 🙂