Hay discos que no son normales. Este, desde luego, no lo es. Empezando ya por el título: si tienes los arrestos de bautizar tu colección de canciones con un “La muerte tiene alas más rápidas que el amor”, no puedes entregar una colección de medianías. Esta, sin duda, no lo es. Al contrario: encontraremos pocos discos tan hermosísimos como este en todo el año, así nos vaya la vida en rebuscarlos. La segunda entrega de la pareja es una jugada maestra del nuevo folk británico. Empieza con un corte que pasa de la instrumentación (tenue) a la desnudez completa del a capela, un giro para el que se precisan muchas agallas. Waterson las tiene porque su voz es la más narcótica y embelesadora que me viene a la mente desde June Tabor. Y así surge un trabajo triste, sombrío, cadencioso pero tan emocionante que es mejor escucharlo y guardar silencio. Bien está saber, sí, que colaboran la ilustre Kathryn Williams, John Parish (PJ Harvey), Romeo Stodart (The Magic Numbers). Es muy sintomático que produzca Adrian Utley (Portishead). Todo ello suena a refrendo, sin duda, a aliados alentadores que avalan la propuesta. Pero échenle la culpa a la parejita firmante. Suyas son algunas de las páginas más deliciosas del otoño, pero seguro que el influjo trasciende cualquier estación.