Ha insistido durante estas últimas semanas el ilustrísimo Mitch Ryder que este With love que ahora nos convoca figura entre “los dos o tres mejores” de toda su carrera, una afirmación que sin duda puede sonar a cantinela promocional pero que, viniendo de quien la pronuncia, obliga a dejarle un generoso margen a la duda. ¿Qué necesidad tiene un hombre que acaba de adquirir la condición de octogenario y transita por su disco número 21 de formular proclamas grandilocuentes solo por un legítimo (o bastardo) interés comercial? Ryder ha de estar a la fuerza alejado de esas consideraciones tan mundanas, así que quizá convenga desapegarse de recelos y escepticismos para abrazar la buena nueva: acaso nos encontremos, en efecto, ante uno de los últimos grandes capítulos que nos brinda este genuino pionero del rhythm & blues.

 

Es paradójico, por no decir amargo, que debamos aún aportar algunas mínimas coordenadas para situar a un caballero cuyo nombre siempre sale a relucir cuando pensamos en los primeros grandes mentores e inspiradores de Bruce Springsteen. El cantante y compositor de Michigan nunca abandonó esa liga de los hombres ilustres pero terriblemente discretos, y hasta ninguneados, pero es imposible no conmoverse si el reencuentro acontece en torno a estas 10 canciones sencillas, directas, profundas, descarnadas y quintaesenciales. Ryder ha debido de tener claro que se encontraba, en efecto, ante un crepuscular momento de gloria cuando decidió convocar como productor a un ilustrísimo de tarifa completa, Don Was (ya saben: Dylan en 1990, Stones, Iggy Pop, Bonnie Raitt, Was not Was…), el mismo con el que ya facturó en 2012 The promise, para dejar testimonio postrero de honestidad, emoción y pureza.

 

With love es un título intencionadamente directo y sencillo para reflejar esa ausencia de circunloquios en un álbum breve, bello y confesional, de emociones a flor de piel y voz muy desgastada, pero de emotividad devastadora. Porque a Mitch ya no le quedan pulmones para virguerías, pero sí un corazón enorme y repleto de enseñanzas, vivencias y conocimiento profundo de la naturaleza humana. De ahí que le nazcan estas canciones francas, agradecidas, nostálgicas pero nada resentidas. Canciones que celebran la vida hasta la última bocanada de aire, una actitud que le honra y engrandece aún más. Al menos, para quien tenga a bien atender, escuchar y tomar nota.

 

No, aquí no hay verborrea ni lírica vacua, sino un indisimulado (y descarnado) empeño autobiográfico. Del blues eléctrico de Lilly May podemos pasar al rock latino de las lúdicas Pass it to the right y Oh what a night, demostraciones de que el buen humor y el espíritu lúdico no son incompatibles con la jarana. Añadamos las incursiones en el soul de ojos azules (Sanguine) y aprestémonos a redondear media hora de amor por la escritura clásica, esencial y esclarecedora.

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