Pocas voces llegarán a emocionarnos tanto como la de Nina. Nunca. Ni siquiera precisaba de una desmedida perfección técnica: el tema titular de esta colección, de hecho, incurre en varias notas algo desafinadas y no poco desvalidas. Por una vez, da lo mismo. Porque no hay manera de igualar esa emoción, el desgarro, la hondura. La vida transitada con tanto dolor como pasión. La voz grave que conoce más de lo que somos capaces de aprehender. Simone era profunda, orgullosa, sustancial. Y en este disco a menudo infravalorado demuestra todo ello con una naturalidad, con una suficiencia que sigue dejándonos atónitos. Por muchas veces que se retorne a sus surcos.
Claro que la Eunice Waymon quintaesencial es la del corazón de los sesenta, aquella mujer extática, gloriosa, del periodo en las filas del sello Philips. Ya lo sabemos: fueron álbumes colosales, cómo dudarlo. Pero este periodo posterior con RCA nos permite redescubrirla como una intérprete capaz de conjugar las tormentas interiores con insólitas bocanadas de sosiego. Algo así sucede con este disco que pudiera parecer un divertimento, una colección de ocho éxitos recientes en los territorios de las músicas para mayorías. Nina es capaz de que todos parezcan escritos por o para ella. Y lo consigue sin esfuerzo aparente, con una sencillez que desarma. Con esa emoción que surge de manera orgánica y se nos cuela en los tuétanos.
La grabación más perdurable aquí fue Mr. Bojangles, un original del artista de country Jerry Jeff Walker con la conmovedora historia real de un bailarín callejero de Nueva Orleáns que nos habla desde su celda. Hay abundantes e importantes versiones, pero nadie como Simone puede impactarnos tanto cuando casi murmura: “Habló con lágrimas de 15 años sobre cómo viajaban su perro y él”. Just like a woman, la incursión en Dylan, suena tan natural y sencilla como si nos cantara desde el salón de casa, en mitad de una noche apacible. Para la apertura de la cara B, tanto New world coming como Angel of the morning se decantan por rutilantes arreglos orquestales y hasta una pléyade de segundas voces femeninas. Incluso esos coros viran hacia el góspel al final del siguiente corte, How long must I wonder. Son decisiones formales atípicas en la carrera de Nina, pero funcionan. Porque nuestra protagonista, pese a sus múltiples conflictos consigo misma y con buena parte del mundo, parece cómoda por una vez dentro de su propio pellejo.
Y sí, ya sabemos que nunca dejaremos de asociar My way con nadie diferente a Sinatra. Pero escucharla aquí como colofón, con esos disparatados bongos que infringen todos los límites de velocidad, no deja de provocarnos una amplia sonrisa.
Buff!! Esos bongos. Cuando escuché el tema allá por el 74-75 en la radio me quedé noqueado, hipnotizado. (Que quieres que pase con solo 18 añitos!!). Ese “finde” me lancé corriendo a Discos Castelló. ¡Eureka! lo tenían. Ya no pude más al comprobar que también versionaba a The Beatles. No ha sido el último de esta Gran Dama que entró en mi colección de “elepes”.
Qué bonitos recuerdos, Vicente. Gracias por compartirlos y un gusto que nos leas. Nina forever! 🙂