Quienes dispongan de la suficiente memoria histórica como para recordar la emancipación solista de Pete Shelley estarán de acuerdo en que aquel primer elepé en nombre propio supuso, justo en el vértice entre 1981  y 1982, una sorpresa colosal. No es que Homosapien representara un abandono radical de los postulados que Shelley había erigido como cofundador (junto a Howard Devoto) de los Buzzcocks, pero los tres álbumes que hasta entonces había alumbrado su banda se inscribían en la fiebre del punk y eran ruidosos, mordaces y marrulleros, aun desde una excelencia instrumental bastante superior a los estándares que se manejaban en el sector. Pero el bueno de Peter Campbell McNeish –nombre real de este mancuniano iconoclasta, no pocas veces incomprendido y añorado desde su temprano fallecimiento en 2018, con apenas 63 años– pegó un volantazo en su currículo al entregarse sin disimulo al mejor pop electrónico y de sintetizadores de la época.

 

El desconcierto se tradujo en unas ventas inferiores tanto para el estreno original como para su secuela de dos años más tarde, XL1 (1983), pero la perspectiva del tiempo ha concedido a estos dos trabajos, y muy en especial al primero, la condición de obras míticas, seminales y referenciales. Por eso se antojan tan merecidas estas dos reediciones que aborda el sello Domino, en ambos casos con mezclas en clave de dub y sabrosos textos a cargo de Clinton Heylin, aunque lo más apetecible son las caras B incorporadas ahora al repertorio de Homosapien.

 

Fue justo ese disco, y más aún su tema central y titular, el que cambió para siempre el rumbo vital de Shelley. En realidad, el artista de la periferia de Manchester ya había garabateado varias de estas canciones en los primeros setenta, antes de la irrupción de los Buzzcocks, pero el argumentario del punk orilló cualquier consideración previa y arrambló con todo. Desmotivado por las rigideces del género, Pete perdió interés en un eventual cuarto álbum de su banda y se encomendó al eminente productor de dance Martin Rushent, que de hecho publicaría estos trabajos en su propia discográfica, Genetic Records. Homosapien sigue sonando hoy ingenioso, mordaz, divertido y, sobre todo, endiabladamente adictivo, más aún con esa primera canción que podemos pasarnos tarareando una vida entera en cuanto entra en contacto con nuestros pabellones auditivos.

 

Lo llamativo del caso es que la historia y las listas de éxitos canonizarían a Dare, de Human League (también bajo la batuta de Rushent), como la obra cumbre de aquel pop robótico para sintetizadores, pese a que su publicación es algo posterior al disco que aquí nos ocupa. También en la memoria colectiva quedó el nombre de Shelley opacado por Heaven 17, aunque en este caso sí conviene admitir que su primer elepé. Penthouse and pavement, con aquel tremendo (We Don’t Need This) Fascist Groove Thang como inapelable banderín de enganche es unos pocos meses anterior a Homosapien. Pero la sorna, la retórica futurista y los mensajes distópicos, en tiempos en los que casi nadie utilizaba la palabra distopía, eran el mejor patrimonio en poder de Peter Campbell. Todo ello y, claro está, el componente queer, que le convirtió en abanderado de la causa LGTBI en un momento histórico en que estas vinculaciones todavía podían salir muy caras: la BBC censuró la canción Homosapien por sus evidentes connotaciones homoeróticas (“Homosuperior en mi interior / pero de piel para fuera yo también soy un homo sapiens“) y, aún más allá, reivindicativas (“El mundo está muy equivocado / pero confío en que seremos lo bastante fuertes / Estamos aquí por nuestra cuenta y lo único que sabemos es nuestro amor”). Y de aquella una censura de esa naturaleza relegaba la obra a un virtual anonimato.

 

Ahora ya todo eso no importa, pero Homosapien merecería un lugar en la historia muy superior al que, entre unas y otras interferencias, le hemos otorgado. Por eso es tan importante esta reedición, la primera oportunidad en casi 20 años de disponer de una copia actualizada de ambos cedés. En el caso del primero (e, insistimos, muy superior) se conjuga tanto la versión británica del álbum como la que el sello Arista concibió para Estados Unidos, con tres temas suprimidos y otros tantos añadidos. Entre esas tres novedades para el público norteamericano figuraba la también sensacional In love with somebody else, que se volvió imprescindible incluso pese a que con las prisas se entregó una versión inacabada.

 

Para los amantes de un universo de robots queda el ritmo de I don’t know what it is, mientras que entre los pintoresquismos hayamos esa especie de rockabilly para hombres del espacio que lleva por título Just one of those affairs. El talante experimental y travieso se agudizó a la hora de abordar el siempre difícil álbum sucesor, ese XL1 de aire más librepensador, guitarrero y futurista que nunca llegó a despertar entusiasmo porque la sombra de su hermano mayor se volvió infranqueable. Pero merece la pena redescubrirlo ahora sin referencias ni contextualizaciones, incluso escucharlo antes que su predecesor. En ese caso convendremos en que Telephone operator Many a time son fabulosas y que el disco, con sus vaivenes y altibajos, llegaba sobradamente al notable.

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