Courtney protagoniza un fenómeno. Y este disco (hoy mismo en la calle) representa, definitivamente, un acontecimiento. Ya lo fue hace tres años Sometimes I sit and think, sometimes I just sit: un chispazo, una electrocución, ingenio puro que empezaba desde el mismo título. Tuvimos la suerte de atestiguarlo en el BBK de Bilbao: la australiana es fulminante como un látigo, una chavala menuda, ceñuda y enfurruñada que dispone de un argumentario roquero ante el que no cabe rechistar.
Con las expectativas tan altas (y el paréntesis un tanto innecesario de Lotta sea lice, su disco a medias con Kurt Vile), Tell me how… solo podía figurar encabezando las clasificaciones de las grandes incógnitas. Pues bien, después de una buena docena de escuchas (porque, además de todo, este álbum es breve y adictivo como un subidón de cafeína), debemos asegurar que no hay manera de sentirse defraudados.
Barnett es, definitivamente, la versión lésbica, rejuvenecida y en las antípodas de Chrissie Hynde. Ahí están el genio, la chulería, la grasa, la mugre, el gancho, la pegada, la mala baba, un sentido del humor cortante como el mejor metal albaceteño. Incluso puede acercarse a la herencia de Siouxie en la demoledora I’m not your mother, I’n not your bitch, que representa una auténtica y explícita fisión nuclear en menos de dos minutos. Pero no necesita por lo general la novia de la también cantante Jen Cloher tanta hiel para resultar adictiva. Help yourself o Crippling self doubt… se erigen en disparos fulminantes, mientras los medios tiempos conservan el estado de gracia con Need a little time o Walkin’ on eggshells. Y luego está ese single definitivo, claro, un Nameless, faceless que entra directo al lote de piezas definitorias de 2018.
Ah, una postdata: nuestros profesores de inglés harían bien en ponernos a Courtney como asignatura obligatoria. Sus historias son ácidas, crueles, sagaces. Ahí queda la sugerencia.