La octava de las diez nuevas canciones de Tamino-Amir Moharam Fouad lleva por título Elegy, pero en realidad hay algo de elegíaco en casi toda esta tercera entrega del fabuloso cantante y compositor belga de sangre egipcia, un disco de búsqueda e introspección, una obra dolorosa, dolorida y también propicia para redimirse. Un álbum que solo podía entregarse envuelto en un imaginario en blanco y negro porque transita desde la oscuridad hacia la búsqueda de una luz concebida casi como alivio.
Después de dos álbumes excepcionales, el autor de aquel Habibi que nos cortó la respiración en 2018, cuando su firmante acababa de soplar apenas 21 velas de cumpleaños, se arriesga con una obra más exigente y acongojada, un recorrido de incertidumbres y mudanzas (figuradas o reales) que no admite una degustación tangencial. Hay que zambullirse en este paisaje tenebroso y desfigurado, dejar que nos azote el vendaval hasta recuperar el pulso y el mando sobre el timón. Solo entonces la experiencia resultará plena, bella y, en última instancia, pletórica.
Cuesta aún evitar el recuerdo de Jeff Buckley (o de Thom Yorke, si reparamos en título como Raven) y unas comparaciones tan elogiosas como, a estas alturas, redudantes. Porque a estas alturas Tamino consigue cada vez más parecerse a sí mismo y familiarizarnos con ese gusto por las piezas de combustión lenta y trazo ascendente, de tránsito habitual desde la octava grave a la aguda en una tesitura que por momentos parece ilimitada. Lo de que cada amanecer se asemeje a una montaña, como proclama el título, alude a esas penurias emocionales que van dejando huella y dolor como llagas en carne viva, y el todavía veinteañero artista sabe cómo agudizar esa sensación con el refrendo de unos arreglos de cuerda que parecen abocarnos siempre a la lágrima.
La metafísica le escuece al atormentado Moharam Fouad, que reserva casi siete minutos a la devastadora evaporación de recuerdos que Dissolve detalla mientras el bellísimo repiqueteo del oud (laúd árabe) vuelve a empañarlo todo de melancolía. Queda siempre el anhelo o el refugio del amor, y ese dúo estelar con Mitski al que asistimos para Sanctuary sirve justo como ese paréntesis de oxígeno y comunión con el prójimo. O la evasión, como en Amsterdam, un epílogo a la par lindo y desangelado, otro pequeño prodigio más. Llegarán días más alentadores para este Tamino hoy nómada y recién afincado en Nueva York; mientras tanto, acompañémoslo en este tránsito lírico y sobrecogedor.
Me sonaba su nombre pero poco más. Tremenda voz y hermosa envoltura instrumental aunque a nivel melódico se queda a medio camino. También citaría a Rufus como referencia vocalista. Hermoso disco.