Puede que ellos no llegasen a mencionar que solo volverían a reunirse “cuando el infierno se congele”, como en la famosa cita atribuida a los Eagles, pero nadie habría apostado un centavo a que Tom Johnston y Patrick Simmons, los fundadores históricos de The Doobie Brothers, llegarían a citarse de nuevo con Michael McDonald –tercera piedra angular de la banda– en el mismo estudio de grabación. Tal circunstancia no se producía desde los tiempos de One step closer, ¡45 años atrás!, un álbum traumático y decepcionante que desembocó en una gira de despedida (documentada en el anémico directo Farewell tour, de 1983), la irrupción de McDonald como artista en solitario (una faceta en la que solo triunfó durante los primeros años, para diluirse enseguida) y los regresos intermitentes de los hermanos, que en estas cuatro décadas y pico solo habían grabado cinco elepés, ninguno particularmente inolvidable.
Así se encontraban las cosas, en definitiva, cuando el averno entró en fase de tiritona y la constelación que brilló en la segunda mitad de los setenta, a partir del adorable Takin’ it to the streets (1976), decidió refulgir otra vez bajo las mismas coordenadas. Todo esto define el contexto histórico, lo bastante singular como para que Walk this road se convierta, desde parámetros objetivos, en uno de los acontecimientos discográficos de la temporada. Pero lo más sorprendente es que tres creadores con edades comprendidas entre los 73 y los 76 años hayan sido capaces de dar forma a un álbum tan ilusionante, convincente y sólido, de largo lo mejor que sus responsables habían depositado en las estanterías desde los ya lejanos tiempos de gloria.
Serán las cosas de la química, sin duda. O incluso de un compromiso con las páginas de la historia, a sabiendas de que se habían acumulado demasiados trienios de divorcio y que no quedaban demasiadas oportunidades para enmendar el camino. En las notas interiores, McDonald dedica el trabajo a “my musical amigos” (sic), una fórmula de reconciliación que suena no solo a reencuentro sino a rearme anímico. Y que propicia una interacción entre los tres (con el añadido de John McFee, a bordo del barco precisamente desde los tiempos de One step closer) mejor de lo que habríamos soñado. Porque Michael, Patrick y Tom se reparten la escritura de manera casi equitativa y reeditan aquel embrujo insólito de los mejores días: el primero, abonado a ese soul sedoso y seductor de ojos azules, con una voz aguda, insólita e inconfundible entre un millón; los segundos, inmersos en la eterna batalla sobre quién de los dos escribe mejores himnos de rock sureño.
Era aquí del todo legítimo el escepticismo, pero la vieja fórmula esta vez funciona. Créanselo. Michael McDonald apela al góspel y el blues en el tema titular, que inaugura la sesión con la voz inmensamente sabia de Mavis Staples incorporándose a la fiesta, y a partir de ahí queda claro que todos se han propuesto rebañar en sus tarros esenciales. Here to stay o Angels and mercy, esta última con un aire a Peter Green en la guitarra, remiten a los aires sureños y polvorientos de los primeros años, Call me es puro pop para adultos de los años setenta y Learn to let go es la versión actualizada de aquel McDonald con pajarita que nos enamoraba en tiempos de I keep forgettin’, con la que guarda un parecido razonable.
Inmersos ya en la operación rescate, la refulgente Here to stay, con el riff de guitarra más adorable de todo el álbum, mientras que la fiesta a todo trapo de The kind that lasts suena más a Nueva Orleáns incluso que el corte siguiente, titulado… New Orleans. La evocadora Lahaina, con aires hawaianos y otro invitado enorme, el batería Mick Fleetwood, despide el reencuentro con el aire más nostálgico y evanescente del lote y la producción de un hombre ubicuo y resolutivo, John Shanks, empeñado en que cada pieza encaje en su lugar. Sería un milagro de primera magnitud que un trabajo como Walk this road triunfase a la altura de este 2025, pero aún más improbable parecía su mera existencia. Disfrutémosla sin dudarlo.