El alicantino Nacho Casado y el murciano Antonio Galvañ, ese profesor de música en Yecla que opera a efectos artísticos bajo el epígrafe de Parade, acumulan ya unas cuantas horas de vuelo en sus respectivas trayectorias –y más aún en el segundo de los casos–, pero de alguna manera parecían predestinados a encontrarse más pronto que tarde. Esta alianza homónima que ahora se materializa representa un hallazgo feliz y ojalá que no meramente ocasional, porque la sobrevenida pareja se complementa y realimenta a lo largo de estas 10 canciones sin que las respectivas (y diferenciadas) personalidades de cada cual se desdibujen en ningún momento. Se trata de un equilibrio fino y difícil, pero que durante buena parte de estos 35 minutos fugaces funciona de manera altamente satisfactoria.

 

Menciona Ricardo Aldarondo en las notas de contraportada el ejemplo de química sonora que encarnaron en su momento Antônio Carlos Jobim y João Gilberto, de la misma manera que alude al caso de la confluencia de Paul Weller y Mick Talbot (el veterano y el joven, como Antonio y Nacho) en los tiempos prodigiosos de The Style Council, un referente que encaja muy bien en esa pauta de pop enriquecido con aromas de la otra orilla Atlántica que ahora también aflora en este tándem del sureste peninsular. Pero esta entente de Parade y Casado puede guardar igualmente semejanzas con la que los divinos Lindsey Buckingham y Christine McVie diseñaron en 2017 ante la imposibilidad de materializar un regreso de Fleetwood Mac.

 

En ambos casos, dos compositores talentosos, experimentados y acreditadísimos se reunían bajo el mismo techo para compartir páginas, voces y surcos de vinilo, con un pudoroso y estricto criterio de alternancia: Casado se ocupa aquí de los cinco cortes impares, mientras que Parade hace lo propio con los cinco pares; entre ellos, la única versión del lote, Mañana mismo, una adaptación al castellano de Tomorrow morning (The Blue Nile, 1996) que deja bien a las claras por dónde van los tiros y las preferencias en esta nueva e ilusionante cohabitación.

 

Parade sigue afiliado a ese pop luminoso, barroco y sesentero de quien debe admirar tanto a los Drifters como a The Left Banke, mientras que la querencia de Nacho por la bossa nova sigue siendo indisimulada en ejemplos como Nueva York, Tokio y Brasil, una de las composiciones más sólidas que ha surgido de su lápiz. Es probable que la cercanía del uno con el otro enriquezca por el lado brasileño El primero, de Galvañ, o Verano, donde Casado se beneficia del tino prodigioso de su nuevo socio a la hora de dibujar unos arreglos de cuerda en la tradición (evidente) de Eleanor Rigby.

 

Queda para el plano de las objeciones la sospecha de que en ambos casos nos encontramos con dos artistas muchísimo más brillantes en su dimensión musical que en la poética, donde a veces incurren en imágenes amorosas demasiado cándidas, párvulas o adolescentes. Y preferimos a Parade antes en la soberbia Clon rezagado que en la dudosa Perdonen, pero tengo un trastorno (que resulta ser “No puedo dejar de cantar”). Pero por separado o en formato de tándem, nuestros protagonistas son bichos raros de nuestro mejor pop peninsular, especies que merecen protección especial porque escasean. Y se necesitan.

 

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