¿Un nuevo disco de los Doobies, 12 canciones de riguroso estreno justo cuando se cumple medio siglo de aquel debut homónimo y desdibujado de 1971? Créanselo, pese a la sorpresa, porque es rigurosamente cierto. Y viene rubricado por una tripleta titular que en estos momentos integran Tom Johnston, Patrick Simmons y John McFee, miembros en los dos primeros casos de aquella banda inicial que aún a día de hoy sigue coleando. Aunque suene a milagro, de entrada; y a reivindicación de una banda señera que durante los años setenta ejerció de faro para los amantes del rock sureño y hasta supo transmutarse en portento del soul de ojos claros cuando el muy ilustre Michael McDonald se incorporó a la embarcación.
Liberté no solo es un estreno en todos sus extremos –que ya tendría su relevancia musical e informativa–, sino que constituye el primer álbum con material nuevo de los Brothers desde el apreciable y poco recordado World gone crazy, que nos obliga a retroceder hasta 2010. En realidad, desde que la banda se resquebrajó por la colisión de personalidades tras One step closer (1980) y emprendió su consabido Farewell tour, documentado en un triste doble álbum en vivo de 1983, las novedades en el catálogo han sido escasas y anecdóticas. Liberté no revoluciona este panorama, desde luego, y dista mucho de convertirse en un disco sorprendente. Pero documenta el oficio y buen hacer de tres viejas glorias del gremio con arrestos suficientes para que nadie pueda atribuirles ni un atisbo de esclerosis.
Lo curioso es que Shanks, el joven del grupo (aunque el tratamiento fotográfico les quita sus buenas dos docenas de años a cada uno de los tres), se erige en argamasa, cabecilla, productor y firma predominante, más allá de que la voz de Johnston siga siendo la fundamental y distintiva desde los tiempos de Listen to the music. Los tres hermanos supervivientes se lo pasan bien con la escuadra y cartabón de los viejos tiempos, hasta el extremo de que más de un viejo seguidor se sentirá como en casa con Don’t ya mess with me o Oh Mexico. Nadie habría afeado su presencia como tema para completar el minutaje de Stampede. Más sorprendente es el caso de Wherever we go, con vigor y un empaque joven que no desentonaría en un trabajo de… Counting Crows. O de The American dream, que incurre en todos los tópicos pero terminaremos canturreando por mucha resistencia que queramos oponer.
Más dudosos son los intentos de rejuvenecer el sonido con algún atisbo de programación, en particular en la horrenda Cannonball y algo también en la abiertamente repipi Shine your light. Pero demos todas estas veleidades por válidas con tal de revivir una marca absolutamente venerable y en la que solo confiábamos como franquicia para nostálgicos, como en aquella gira de 2018 que reproducía en su integridad los álbumes Toulouse Street y The captain and me. Lo simpático es que la vieja guardia convenciera a Michael McDonald para revivir a los Doobies gloriosos de finales de los setenta sobre el escenario, pero no para que el níveo vocalista de What a fool believes se involucrase en esta reencarnación. Muy poco clara debe de haber visto la jugada, por desgracia.
Son una de las mejores bandas de rock sin d’una.
Creo que tengo todos sus discos inclusió el ultimo.
Les felicito por su gran trabajo a lo largo de estos 50 años.
Seria fantàstic que vindran algun dia a Barcelona, seria un sueño.
Yo tampoco les he visto nunca en directo, Pau. Y, claro, sería un lujazo 🙂